
2 noviembre, 2025
El recuerdo a los que ya no están es una tradición universal que toma formas diversas alrededor del mundo. Sin embargo, la celebración que capta la imaginación global por su color, alegría y profunda filosofía es el Día de Muertos mexicano, reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Si bien en el calendario católico se distingue entre el Día de Todos los Santos (1 de noviembre, dedicado a los que ya gozan de la presencia de Dios, a menudo honrando a los niños difuntos) y el Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre, para orar por las almas en el purgatorio, a menudo honrando a los adultos), la tradición popular ha fusionado y enriquecido estas fechas.
En México, el 1 y 2 de noviembre marcan el regreso temporal de los seres queridos fallecidos a la Tierra para convivir con sus familias. Lejos de ser un día de luto sombrío, es una fiesta de bienvenida donde la muerte se mira de frente, no con miedo, sino como una parte natural del ciclo de la vida.
El corazón de la celebración es el Altar de Muertos, una instalación llena de simbolismo para guiar y honrar a las almas:
La festividad también se manifiesta en desfiles coloridos con la emblemática figura de La Catrina, una elegante calavera vestida de gala, popularizada por el grabador José Guadalupe Posada. En muchos pueblos, las familias velan toda la noche en los cementerios, limpiando y decorando las tumbas con flores, música y compartiendo alimentos, transformando los camposantos en lugares de encuentro y celebración.
En contraste, el recuerdo a los difuntos en países como España suele tener un tono más de recogimiento y devoción religiosa, aunque también con ricas tradiciones.
A pesar de las diferencias en el tono y la ejecución, el espíritu subyacente de estas celebraciones es el mismo: mantener vivo el vínculo inquebrantable entre los vivos y los que han partido, asegurando que el amor y el recuerdo venzan a la muerte. Mientras alguien encienda una vela o pronuncie un nombre, el difunto permanece.
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