25 septiembre, 2024
Estamos ante una nueva manifestación de “miopía laicista” que, en nombre de unos vagos valores, impide la defensa de la identidad religiosa y cultural, y convertirá en impune las burlas sin más sentido ni propósito que crear discordia y odio.
Si el Ejecutivo consuma su propósito, estaríamos ante la desprotección jurídica de las creencias religiosas. Un verdadero contrasentido en una sociedad que eleva los sentimientos a categoría jurídica y donde resulta que si alguien, respetuosamente manifiesta su desacuerdo con la moralidad de la homosexualidad, o de la transexualidad, será objeto de escarnio y podrá ser acusado de realizar “discursos del odio”; pero si se profana o mofa de símbolos religiosos no pasa nada. La libertad ha dejado de ser universal para convertirse en particular. Unos la merecen y otros no.
El derecho a la libertad religiosa se recoge en la Constitución y se garantiza por parte de la autoridad política, para que legítimamente los ciudadanos puedan actuar en un espacio protegido donde poder ejercer su derecho a profesar su fe. Es necesaria la más enérgica protección legal posible, la penal, concedida caso por caso, para preservar los valores más importantes de la sociedad y sancionar las conductas más intolerables que ponen en riesgo dichos grandes bienes.
Las creencias religiosas como las no religiosas o las convicciones morales, no son un sentimiento, sino parte de la identidad de cada persona. No sólo definen nuestro modo de actuar, sino también, nuestro modo de ser. La pretendida neutralidad ideológica de la cultura política de algunos, que pretende eliminar toda justificación ética y toda inspiración religiosa para proteger la libertad de todos, puede traducirse en una ideología de neutralidad que margine y excluya el hecho religioso de la esfera pública. Y un Estado “moralmente neutro” corre el riesgo de cuestionar, más allá de criterios de orden público justos, la libertad de las comunidades religiosas de organizarse según sus propios principios.
La religión desempeña un papel central en la dinámica del desarrollo social, ya que una mayor protección de la libertad religiosa se corresponde con una disminución de las tensiones sociales y un aumento del bienestar social.
Si a pesar de la protección de la Constitución y del Código Penal resultaba muy fácil poder usar palabras gruesas y usar convertir la boca en una alcantarilla, o recoger sobre el papel arengas de insultos e injurias, o acudir a la creatividad artística para ofender a la Iglesia Católica, sus devociones y dogmas, ¿Qué sucederá ahora?
Tal vez tenga razón el Observatorio para la Libertad Religiosa y de Conciencia que ha denunciado en reiteradas ocasiones los ataques a las diferentes confesiones y, en relación a esta medida, consideró en un comunicado que “con este Gobierno, los creyentes son ciudadanos de segunda con menos derechos”.
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