24 noviembre, 2024
De la grandiosidad al histrionismo, de la esplendidez al ridículo, lo dicen nuestros clásicos, hay la fina línea, el apenas imperceptible hilo de que una idea acertada, un slogan afortunado pasen de motivar la emoción a causar la risa, de la pretendida exaltación a la no buscada borrachera egocentrista porque sus protagonistas no supieron calibrar el justo punto, el fiel de la balanza que acaba por reducir a una muestra histriónica aquello que alimentó nuestros sueños de grandeza en las largas noches de desvelo, en el goyesco sueño de la razón.
Algo así está ocurriendo en Vigo con su megalómano regidor, Abel Caballero, que dedica todo su afán y denuedo políticos al monotema de enseñarnos que Vigo no tiene parangón en el mundo que pueda igualarse a sus cualidades actuales y potencialidades de futuro, hasta el punto de que pareciera arrancado a propósito del bíblico paraíso terrenal. Actitud que a la postre tiene más de populismo que de Grandeur francesa; se asemeja más al chovinismo de nuestro vecino Portugal -¿será por los dañinos vientos del Sur que nuestros paisanos costeros resumen tan acertadamente con la expresión “deulle un aire”?- que a un intento serio y profesionalizado de hacer política de la buena en favor de los administrados.
Un claro ejemplo de cuanto se señala pudo verse días pasados con la inauguración de las luces de Navidad que adornarán la ciudad hasta mediados de enero, práctica habitual que el regidor elevó a categoría con el propósito de que -¿quién lo tiene más largo?- nadie le arrebate la envergadura de su árbol de Navidad ni le aventaje en las parpadeantes lámparas navideñas. Inauguración con una cuidada escenificación que remite a froidianas referencias por el almibarado embeleso con que se muestran sus protagonistas y que adquiere su cénit cuando el regidor, al pulsar el botón del encendido, exclama solemnemente que a partir de ese momento “queda inaugurada la Navidad en el planeta” -que por el momento aún no se atreve con el resto del sistema solar, que todo se andará-.
Por eso esa ciudad-estado en que Abel Caballero quiere convertir a la principal urbe gallega, hecha en buena medida del aluvión protagonizado por emprendedores -García de Barbón, Manuel y Moisés Álvarez…-, hombres de cultura -Celso Emilio, Ferrín, Casares, Alonso Montero…- y sufrida mano obrera de gentes de Ourense, se muestra reacia a abrirse a influencias externas, que se basta y se sobra para emular el tan socorrido “De París al cielo”, como culmen de la perfección y la felicidad.
Si esos factores exógenos lo son a costa de situar a Vigo como mero tránsito, lugar de paso de otras iniciativas, caso del Camino de Santiago, y, además, vienen con la vitola de un partido distinto, la ciudad del olivo no hace prisioneros. Sencillamente prescinde de cuanto no tenga que ven con lo más genuino de sí misma. Es decir, borra de la ciudad cualquier referencia que señale el Camino a Compostela.
De ahí que en ese poco menos que enloquecido engreimiento no se pare en tablas al asegurar que el PP “no tolera” el éxito de la Navidad en Vigo, “muy superior al del Xacobeo” y añadir «No soportan que la Navidad sea un éxito tan importante que toda España está a la espera de que el alcalde de Vigo anuncie el inicio de las celebraciones».
Decía Quevedo que “la ignorancia es temporal, pero la estupidez, vitalicia”, de modo que no será desde aquí desde donde enmendemos la plana al sabio escritor y muy ilustre caballero de la Orden de Santiago. Porque, como también recordaba otro clásico de nuestra literatura, el inmortal Cervantes, “cada uno es como Dios le hizo y aún peor muchas veces”.
Palabras de sabios.
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