30 noviembre, 2024
Ocurrió hace apenas un par de meses, 19 de septiembre, en el transcurso de uno de los encendidos debates con que suelen trascurrir las sesiones en la Asamblea de Madrid. La presidenta del Gobierno autonómico, Isabel Díaz Ayuso, advirtió, entre la sorna y la compasión, al portavoz socialista Juan Lobato con una advertencia que apenas dos meses después acabó por hacerse premonitoria: “Le pido que sea valiente, usted no es un criminal y por tanto está sentenciado en el sanchismo”.
Más allá de la evidente carga de profundidad que el consejo llevaba implícito hacia la persona del líder nacional de la formación socialista, tan obsesionado con la trayectoria política de la presidenta madrileña hasta el punto, nada exagerado, de poner en riesgo su propia continuidad en el Ejecutivo nacional, sí existe en la Asamblea madrileña una sensación de respeto por la trayectoria de Lobato, porque, en efecto, allí se tiene fehaciente constancia de que “Sin duda mi forma de hacer política no es igual ni quizá en ocasiones compatible con la que una mayoría de la dirigencia actual de mi partido tiene”, como esgrimió luego de verse obligado a dejar la portavocía socialista por el fuego amigo de Pedro Sánchez.
Pero más allá de la anécdota concreta, lo cierto es que la renuncia de Lobato tiene una lectura más preocupante para la oposición toda. Porque la renuncia del portavoz de los socialistas madrileños suma la que hace el número quince en el cómputo general de líderes de la oposición que no han podido aguantar su permanencia frente a la presidenta, que se erige en una terrorífica máquina de fagocitar rivales, ya sea por renuncia de éstos, por negación de las urnas o por voluntarios cambios de responsabilidad, incapaces como se muestran de minar en lo más mínimo el prestigio de que Díaz Ayuso goza entre los votantes de la autonomía madrileña. Se diría que la presidenta es experta en la fagocitosis de rivales, como esas células que se dedican a la captura de partículas microscópicas con fines alimenticios o de defensa, como define la RAE el proceso biológico mediante la emisión de seudópodos capaces de llevar el desánimo y la melancolía al adversario.
Porque es, en efecto, en la captura del discurso de sus rivales donde la líder madrileña encuentra, como bien revelan las sesiones parlamentarias, el personal sustento para hacerse grande ante la crítica, rebatir los argumentos del rival y hacerlo con un imperecedero gesto risueño, a modo de seudópodos desalentadores para sus oponentes.
En ese largo rosario de rivales que se vieron incapaces de resistir los embates de Díaz Ayuso se encuentran políticos de primer nivel como el aludido Juan Lobato, el creador de Podemos Pablo Iglesias -al querer disputarle la presidencia en unas elecciones-, el actual Defensor del Pueblo Ángel Gabilondo -ganador de los comicios pero incapaz de formar Gobierno-, Íñigo Errejón o Mónica García -ambos de Más Madrid- o Rocío Monasterio, de Vox.
Pero es que, además, la lista de socialistas madrileños derrotados incluye también Hana Jalloul –dejaba su cargo como portavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid en 2021-.
En Podemos, hay que reseñar también a Alejandra Jacinto, candidata de Podemos-IU en las autonómicas de 2021 y que ni siquiera alcanzó el 5% de los votos necesarios para alcanzar escaño. Ello motivó la forzada marcha de Isabel Serra, llamada a ser la continuadora de la formación en la Asamblea. Y sin salirnos de la formación morada, Carolina Alonso dejó la portavocía por la negativa de Podemos a unirse con Sumar.
En Más Madrid, y además de los citados Mónica García -que optó por irse al Ministerio de Sanidad- e Íñigo Errejón, candidato en las elecciones de 2019, también hay que registrar la renuncia de Clara Serra, la número dos del diputado ahora imputado por presuntos delitos de abuso sexual.
Ignacio Aguado, de Ciudadanos, llegó a ser vicepresidente y consejero del Gobierno de coalición con el PP de Ayuso entre 2019 y 2021, hasta el momento en que la presidenta tuvo el acierto de adelantar las elecciones por la inminente amenaza de una moción de censura que el partido coaligado pensaba capitanear con el apoyo del PSOE. En la formación naranja, tanto César Zafra como Edmundo Bal se vieron obligados a la renuncia una vez que su formación no logró representación parlamentaria.
Por último, en la formación de Santiago Abascal, hay que registrar la ya citada renuncia de Rocío Monasterio, cesada por su propia formación política, siendo sustituida por Isabel Pérez Moñino como portavoz.
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