3 noviembre, 2024
El monarca en un país democrático actúa como jefe de Estado ofreciendo un papel más imparcial que en una república, en la que varios partidos se disputan y compiten por el poder político. La monarquía tiene como obligación proporcionar estabilidad institucional, genera un arbitraje que debe ser imparcial, evita las disputas entre grupos de presión y más en el entramado de partidos, y tiene como sólida base un sistema de tradiciones que han sido parte de un país durante mucho tiempo. Como telón de fondo y valor añadido, otorga a los ciudadanos un sentido de pertenencia y orgullo nacional.
En las últimas y dramáticas horas vividas en la Comunidad Valenciana tras la devastación originada por una DANA con efectos mortíferos, hemos tenido ocasión de comprobar cómo Felipe VI ha puesto los puntos sobre las íes en una de las jornadas más dramáticas que le ha tocado vivir desde que en junio de 2014 fuera proclamado por las Cortes rey de España, a los 46 años. Benditas cámaras de TV y enviados especiales de todos los medios nacionales y extranjeros que nos han permitido seguir desde las pantallas cada minuto del dramático encuentro entre el más alto representante del Estado frente al pueblo llano al que prometió defender.
En su anunciada visita a Paiposta (Valencia) ha pasado de todo. Ha sido tan real como inexplicable. Unos 300 vecinos, la mayoría jóvenes pero también mayores, enloquecidos tras cinco días de infructuosa espera, sufriendo lo inenarrable, con más de 70 muertos en un pequeño pueblo, quebrados, hastiados, decepcionados, rompieron las escasas medidas de seguridad, intentaron arrinconar a la comitiva real, gritaron consignas contra el presidente Sánchez y el titular de la Generalitat, Mazón, lanzaron tubos, bastones, palos, escobas y barro por todas partes, en rechazo a los reyes, y gritaron contra los dos políticos “hijos de p…”, “asesinos”… una imagen que daba miedo, casi tercermundista, increíble.
El ambiente se caldeó hasta el punto de que la reina doña Letizia, quien recibió bolas de barro en la cara y manos, se vio obligada a abandonar la comitiva con lágrimas veladas en sus ojos, duelo en sus facciones muy tensas, impotente ya que sus explicaciones no encontraban interlocutor. Solo gritos de rabia.
Antes, en un gesto inusual, sorpresivo e indecente, que solo puede calificarse de menosprecio al rey e infinita cobardía, el presidente Pedro Sánchez —quien unos minutos antes del embrollo aparecía relajado y con media sonrisa bobalicona en imágenes— puso pies en polvorosa y, rodeado de su escolta personal, se evaporó del meollo en un coche blindado en el que desapareció de escena. Fue un visto y no visto, se esfumó en cuanto comenzaron los incidentes. ¿Cabe infamia mayor?
Genio y figura, el rey de España se detuvo a charlar con los más exaltados que pedían a gritos ser oídos. Razonó con unos, dialogó con otros, abrazó a dos emocionados jóvenes, con rostro serio pero sereno, rechazando la cobertura del paraguas de uno de sus protectores. Imperturbable, continuó su periplo por el pueblo. La tensión poco a poco fue desapareciendo, se incorporaron más efectivos de las fuerzas de seguridad, la bronca se convirtió poco a poco en menos presión y en más bajos decibelios. Al final, quedó el regusto amargo de un pueblo enloquecido por la ineptitud de sus gobernantes y agradecido al gesto firme, respetuoso y cálido de Su Majestad.
Informativos de los cinco continentes transmitieron en directo imágenes de un impacto sobrecogedor. Existen escasos precedentes de que un jefe del Estado, heredero de varias dinastías reinantes en los países más importantes de Europa, haya pasado por un trance similar.
¿Y ahora qué? ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Cómo se pueden hacer las cosas tan mal? Ofrecemos algunas claves y reflexiones por si ayudan a entender lo inentendible:
1. ¿Qué hacía a esas horas el ministro Marlaska, como responsable de Interior, a quien debería corresponder garantizar la seguridad de las tres altas magistraturas del Estado y la autonomía?
2. Un fallo descomunal de inteligencia. ¿Por qué tan solo unos pocos centenares de vecinos de una pequeña localidad han podido más que todos los servidores del Estado con quinientas veces más de medios sobre el terreno?
3. ¿En qué estaría pensando Pedro Sánchez cuando unos minutos antes de salir corriendo del zafarrancho se le veía con una insultante media sonrisa y después salió por piernas de la zona cero rompiendo el protocolo, las formas y lo elemental en un gobernante responsable?
4. ¿Es consciente Sánchez del deterioro sufrido por la imagen del presidente de un gobierno que huyó a la vista de casi toda España y de millones de personas en los cinco continentes, como las ratas que abandonan el barco cuando creen que se hunde?
5. ¿Lo es Mazón cuando estaba en Babia y tardó cinco jornadas vitales para pedir auxilio del que casi todo lo puede, el Ejército, solicitando a cuentagotas, en pequeñas dosis, en lugar de encararse con el toro y lidiar a un Miura de campeonato?
6. ¿Tiene lógica que hasta cinco días después no se aborde el vaciado del agua encharcada en unos grandes almacenes, para intentar salvar alguna vida en el subsuelo?
7. ¿Qué pensarán en el mundo de España, su gobierno, las fuerzas de seguridad y en general de nuestra capacidad para enfrentarnos a una tragedia anunciada, habiéndolo hecho tan rematadamente mal? Nuestra reputación está por los suelos. Costará superar una imagen tan desastrosa. La nueva chapuza nacional.
Finalmente, otra conclusión. Todos estamos de acuerdo en que el padre del rey, Juan Carlos de Borbón, se ganó el respeto de los españoles, dentro y fuera de nuestro país, por paralizar desde la Zarzuela un golpe de Estado, el conocido como 23F. Su hijo, Felipe VI, ha tenido su día de gloria y ganó en legitimidad tras la jornada del 3-N. Mientras un político falaz, embustero y miedoso se fue corriendo, el rey superó el vendaval de dolor, mantuvo el tipo, escuchó, puntualizó, habló, abrazó… el sentido del deber venció al miedo.
España llora por una herida grave en su territorio, que sangra a borbotones. Pero mantiene viva la esperanza en un país que, simbolizado en una Corona, tiene a su frente a un rey ejemplar que ha superado con honor la lucha a muerte partidaria, teniendo como norte, como debe ser y por encima de todo, el bienestar de los ciudadanos.
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