26 enero, 2025
En un sector del mundo blando que nos rodea -y en el vecindario de ciertos ignorantes, aprendices de chamanismo político- se ha adoptado la costumbre de jugar a crear términos entre lo masculino y lo femenino que horrorizan a la madre naturaleza. Mayor sutileza tienen las infiltraciones emocionales, donde -por ejemplo- la depresión eclipsó a la tristeza, al duelo, a la pena, al sufrimiento y a la infelicidad, aún tratándose de sentimientos y vivencias de la esfera psíquica con amplios matices diferenciales. Hoy la depresión vale tanto para el atropello del gato como para la muerte del cónyuge; lo cual vulgariza el significado de la depresión, como enfermedad, y adultera la semántica de las emociones. Nada tiene que ver un sentimiento de pérdida con un cuadro depresivo, aunque la costumbre los haya arrastrado al mismo inodoro.
La depresión es uno de los trastornos mentales más prevalentes en el mundo y una de las principales causas de discapacidad global. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 280 millones de personas padecen depresión. La prevalencia varía por región, pero se estima que afecta entre el 3% y el 6% de la población mundial. Es más común en mujeres que en hombres, con una relación aproximada de 2:1. La prevalencia anual en Europa es del 6-7%; en América del Norte, del 5%; en Asia y África, alrededor del 4-5%.
La depresión está asociada con múltiples factores de riesgo: Biológicos (genética, desequilibrios neuroquímicos, enfermedades crónicas), Psicológicos (historia de trauma, baja autoestima, estrés), Sociales (pobreza, desempleo, aislamiento social) y Ambientales (desastres naturales, conflictos bélicos). Aunque puede manifestarse a cualquier edad, la depresión se diagnostica más comúnmente entre los 15 y 45 años, con picos en la adolescencia y en la tercera edad, donde coexiste con la ansiedad en un 60% de los casos. La depresión aumentó de manera significativa durante la pandemia COVID-19, con un incremento estimado de 28% en 2020. A pesar de su prevalencia, entre el 50% y el 60% de las personas con depresión no reciben tratamiento.
«Los programas de salud mental en el lugar de trabajo han demostrado reducir los costos indirectos al mejorar la productividad. Los antidepresivos son fundamentales en el tratamiento de la depresión»
La depresión tiene un impacto económico significativo debido a los costes directos en los sistemas de salud y los costes indirectos relacionados con la pérdida de productividad, el absentismo laboral y el presentismo. Según un informe de la OMS, el coste global de los trastornos mentales, incluida la depresión, se estimó en aproximadamente 1 billón de dólares anuales en pérdida de productividad. Estudios recientes destacan que los costes asociados con la depresión representan entre el 0.5% y el 1% del PIB en los países desarrollados. En Estados Unidos, el coste económico total de la depresión se estima en más de $210 mil millones anuales. Los costes indirectos, como la pérdida de productividad, representan el 50-60% de este total. En la Unión Europea, los trastornos depresivos generan costes anuales de más de €90 mil millones, siendo una de las principales causas de discapacidad laboral. En Japón, los costes de la depresión se calculan en $14 mil millones anuales, con un impacto creciente en la productividad laboral.
La depresión requiere tratamiento farmacológico. Cada dólar invertido en tratamiento puede generar un retorno de $4 en beneficios económicos, según la OMS. Los programas de salud mental en el lugar de trabajo han demostrado reducir los costos indirectos al mejorar la productividad. Los antidepresivos son fundamentales en el tratamiento de la depresión. A nivel global, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS)(Fluoxetina, Sertralina, Escitalopram, Paroxetina, Citalopram) son los más prescritos, seguidos de otras clases como los antidepresivos tricíclicos (ATC)(Amitriptilina, Nortriptilina, Imipramina) y los inhibidores de la recaptación de serotonina y noradrenalina (IRSN)(Duloxetina, Venlafaxina, Desvenlafaxina). Otros antidepresivos incluyen los Inhibidores de la Monoaminooxidasa (IMAO)(Fenelzina, Tranicilpromina), Bupropión, Mirtazapina y Vortioxetina.
El coste mensual del tratamiento farmacológico con ISRS e IRSN en genéricos es de $5-$20 USD/mes y en medicamentos de marca $100-$400 USD/mes. Los ATC e IMAO suponen un gasto de $10-$30 USD/mes; y las nuevas moléculas (e.g., vortioxetina) alcanzan los $300-$500 USD/mes, dependiendo del país y el seguro médico. El Coste Anual en países con acceso a genéricos es de $60-$240 USD/año y con medicamentos de marca puede superar los $3.000-$5.000 USD/año.
Este creciente problema de salud, grave en discapacidad y coste, que requiere una vulnerabilidad biológica para manifestarse, tiene poco que ver con la tristeza, la pena y el sufrimiento que puede padecer cualquier persona al enfrentarse a los avatares de la vida diaria.
«Entre las infinitas cosas que alimentan la tristeza, quizá sea la incertidumbre y la indisposición de lo desconocido lo que la convierte en más tenebrosa… “lo que hace al hombre más infeliz es verse privado no de lo que tenía, sino de lo que no tenía»
La medida de la insatisfacción personal es altamente subjetiva. En el encanto de un día lluvioso de 1842, Longfellow escribió: “En cada vida debe caer algo de lluvia, algunos días deben ser oscuros y lúgubres”. Maurice Maeterlinck todavía lo hace más personal en The Treasure of the Humble (1896): “El valor de nosotros mismos no es más que el valor de nuestra melancolía y nuestra inquietud”. Joseph Addison dice en The Spectator (1714) que “un hombre siempre debe considerar cuánto más tiene de lo que quiere, y cuánto más infeliz podría ser de lo que realmente es”. Boethius, en The Consolation of Philosophy (524), lo plantea como que “nada es miserable a menos que tú lo pienses así”. Tampoco es prudente hacer alarde de nuestras miserias. En el London Journal del 17 de mayo de 1763 ya James Boswell apuntaba: “La melancolía no se puede demostrar claramente a los demás, por lo que es mejor guardar silencio al respecto”. En The Anatomy of Melancholy (1621), Robert Burton aventura que “nada es tan dulce como la melancolía”.
Entre las infinitas cosas que alimentan la tristeza, quizá sea la incertidumbre y la indisposición de lo desconocido lo que la convierte en más tenebrosa. Según Jaques Maritain, en Reflections on America (1958), “lo que hace al hombre más infeliz es verse privado no de lo que tenía, sino de lo que no tenía y no conocía realmente”. El infeliz vive aturdido, atenazado a un pensamiento de incapacidad. Anatole France lo ve en The Crime of Sylvestre Bonnard (1881) como que “la infelicidad hace que la gente parezca estúpida”. El brillo de valores materiales e inmateriales se atenúa cuando las emociones están dañadas. Thomas Fuller, en su Gnomología (1732), le da un toque poético, casi cosmológico: “Una nube es suficiente para eclipsar todo el sol”.
La tristeza afecta a lo físico y debilita los sentidos. André Gide dice que “la tristeza casi nunca es otra cosa que una forma de cansancio”. En Elective Affinities (1809), Goethe advierte que “el hombre sólo puede soportar un cierto grado de infelicidad; lo que está más allá de eso lo aniquila o lo pasa por alto y lo deja apático”. Para su paisano Nietzsche, “la vida es un pozo de alegría; pero para aquellos de quienes habla un malestar estomacal, que es el padre de la melancolía, todos los pozos están envenenados”. En las Poésies del Conde de Lautréamont: “El verdadero dolor es incompatible con la esperanza. Por grande que sea el dolor, la esperanza lo eleva cien codos más”.
“El mundo nunca estará mucho tiempo sin una buena razón para odiar a los infelices; sus faltas reales se detectan inmediatamente; y si éstas no son suficientes para hundirlos en la infamia, se añadirá un peso adicional de calumnia” «La tristeza comparte con la desgracia que ambas son damas de compañía»
Tanto la felicidad como la tristeza son sentimientos susceptibles de ser compartidos; pero siempre nacen y se cultivan en soledad. Fue Eurípides en Helen (412 a.C.) quien dijo que “donde hay dos, uno no puede ser miserable y el otro no”. Y fue Shakespeare quien popularizó en Hamlet (1600) aquello de que “las penas nunca vienen solas”. El dolor llama al dolor y la tristeza llama a la tristeza; y el entorno se revuelve contra la insatisfacción. Sin embargo, “el dolor no se puede compartir. Cada uno lo lleva solo, su propia carga, su propio camino”, dice Anne Morrow Lindbergh en Dearly Beloved (1962).
Un proverbio ruso dice: “Cuando cantamos, todos nos escuchan; cuando suspiramos, nadie escucha”. Séneca lo pinta de otro modo, quizá llegando a la misma conclusión: “Nuestros dolores y achaques se ajustan a la opinión. Un hombre es tan miserable como cree que es”. En Tusculan Disputations (44 a.C.), Cicerón viene a decir lo mismo: “El dolor no está en la naturaleza de las cosas, sino en la opinión”. En The Adventurer (1753), Samuel Johnson interpreta que “el mundo nunca estará mucho tiempo sin una buena razón para odiar a los infelices; sus faltas reales se detectan inmediatamente; y si éstas no son suficientes para hundirlos en la infamia, se añadirá un peso adicional de calumnia”. La tristeza quizá comparte con la desgracia que ambas son damas de compañía.
«Goethe advierte que “el hombre sólo puede soportar un cierto grado de infelicidad; lo que está más allá de eso lo aniquila o lo pasa por alto y lo deja apático”.
Hay momentos en los que el snobismo pueden convertir la insatisfacción en moda. En Justine (1957), Lawrence Durrell afirma que “se espera que hoy día todos los artistas cultiven la moda de un poco de infelicidad”.
El duelo es una vivencia necesaria para vencer al dolor. En un poema de 1862, Emily Dickinson expresa: “El duelo después del dolor es a menudo el camino para superar todo lo que lo provocó”. También hay quien se acomoda al dolor, cohabita con él y hasta lo disfruta, como insinúa Thomas Fuller: “Hay una especie de placer en entregarse al dolor”. Para otros, hasta puede ser ocio. De hecho, Samuel Johnson dice en una carta del 17 de mayo de 1773 a Mrs. Henry Thrale: “El dolor es una especie de ociosidad”. En la obra de Boswell sobre su biografía, añade: “Mientras el dolor está fresco, todo intento de desviarlo sólo irrita”.
La tristeza y la carencia de felicidad, con mala gestión emocional, pueden abocar a ideación autolítica. Alexander Chase señala en Perspectives (1966) que “para el hombre infeliz la muerte es la conmutación de la pena de cadena perpetua”. En Antígona (441 a.C.), Sófocles afirma que “cuando un hombre ha perdido la felicidad, no está vivo. Llámalo cadáver que respira”.
«El dolor impulsa a los hombres a adoptar hábitos de reflexión seria, agudiza el entendimiento y ablanda el corazón”… “el que oculta su dolor no encuentra remedio para él”.
El sufrimiento y la tristeza también tienen su componente positivo. En una carta a Thomas Jefferson, firmada el 6 de mayo de 1816, John Adams le dice: “El dolor impulsa a los hombres a adoptar hábitos de reflexión seria, agudiza el entendimiento y ablanda el corazón”. Lord Byron señala en Manfred (1817) que “el dolor debe ser el instructor; la tristeza es el conocimiento”. Cyril Connolly enfatiza, con belleza, en The Unquiet Grave (1945): “La melancolía y el remordimiento forman la profunda quilla de plomo que nos permite navegar hacia el viento de la realidad”. William McFee todavía va más lejos en Harbours of Memory (1921): “Se habla demasiado de que el amor y el dolor entumecen las facultades, vuelven el pelo gris y destruyen el interés del hombre por su trabajo. El dolor ha hecho que muchos hombres parezcan más jóvenes”.
Al final, como casi todo, hasta lo más desagradable se desvanece. “El dolor de un hombre va cuesta arriba; es cierto que le resulta difícil soportarlo, pero también le resulta difícil mantenerlo”, según pone de manifiesto Djuna Barnes en Nightwood (1937). Cicerón lo reafirma en Ad Familiares: “Hay algo placentero en el recuerdo tranquilo de un dolor pasado”.
Un proverbio Yiddish, de los judíos Asquenazíes, dice: “Si eres amargo de corazón, el azúcar en la boca no te ayudará”. Otro proverbio, de la rica tradición turca, sentencia que “el que oculta su dolor no encuentra remedio para él”. Entre depresión y tristeza hay un abismo de causas. El sufrimiento y el dolor por mala gestión de problemas cotidianos no se cura con Prozac.
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