15 abril, 2025
Con idéntica previsibilidad a la que puede ofrecer una volandera hoja de otoño zarandeada por un temporal, los opinadores patrios considerados como los más diestros en las “cambiantes decisiones” de Pedro Sánchez se atreven a aventurar una próxima remodelación del Gobierno que insufle nuevos alientos al Ejecutivo para llegar, bien que al actual precio del sobresalto diario, a la cita electoral de 2027. Eso, si los jueces no lo impiden antes, que ni parece que sea así ni que el inquilino de La Moncloa cambie de carril por una pretendida imputación delictiva.
Dentro de esa exigua fauna de gurús sanchistas -y quizá avezados diestros también en la práctica de los augures romanos de adivinar el futuro en el vuelo de las aves- hay quienes se atreven a asegurar que dicha remodelación del Ejecutivo no será más allá de concluida la presente Semana Santa. Lo dicho, la volubilidad de una hoja otoñal o, en palabras de Manquiña en la inefable Airbag, “como te digo una cosa te digo la otra”.
Ocurre que más que una ilusionante remodelación que infunda nuevos bríos a un adormecido Ejecutivo, de lo que se trataría sería de soltar el lastre que ahora mismo pesa en demasía a medida que los miembros del Gobierno van haciendo transparentes sus propias carencias intelectuales y ejecutivas. Y, a la par, la jugada permitiría un nuevo ejercicio de la práctica que más ocupa y preocupa al Gobierno, el aventar noticias que logren minorizar el impacto mediático que desde hace más de un año y medio están teniendo las noticias que afectan tan directamente al presidente del Gobierno patrio, desde la familia a sus políticos de mayor confianza, enfangados como están en sospechas de delitos por corrupción que sobrepasan día a día la capacidad imaginativa del más delirante de los ciudadanos y que hacen que todos nos preguntemos cuánto tardará el tsunami en salpicar al “Número Uno”.
De modo que lo que desde La Moncloa se vende como un intento de dar la vuelta a la tortilla de la defenestración que el PSOE sufrió en los comicios autonómicos no es, a lo que se ve, nada más que la repetición de la tan experimentada práctica de condenar a los desafectos -los otrora fervientes tiralevitas caídos de repente en el desprecio de quien les aupó- a la incandescente parrilla de un anunciado fracaso electoral. Que, a estas horas de la película, sólo su permanencia en La Moncloa es la única obsesión que moviliza toda capacidad de actuación del actual inquilino. Fuera de ahí, el caos.
Si, por una parte, el acelerón experimentado por los casos de corrupción que cercan a Sánchez -en lo familiar y en los hombres de confianza que situó al frente de las instituciones- y hasta la revuelta judicial contra su principal valedor desde el todopoderoso TC, Conde-Pumpido, son argumentos más que suficientes para justificar el asirse y con urgencia a esa tabla de salvación de cambio del Gobierno, no ayudan ahora mismo en el propósito las movedizas arenas del enfrentamiento entre Gobierno y sus socios de la izquierda por el exigido rearme armamentístico que exige la UE ni el tambaleante clima de inestabilidad económica que agita las economías mundiales por la cambiante política arancelaria del presidente Donald Trump. Incluso, el creciente desprestigio que Sánchez tiene en esferas europeas aconseja dejar pasar el parsimoniosos dolce far niente veraniego para que las crecientes descoseduras del traje gubernamental no se noten tanto.
Pero sí, todo parece indicar que a la vuelta del verano la maquinaria de Derribos Sánchez se podrá en tarea para dar esa penúltima vuelta de tuerca que aporte el oxígeno suficiente para llegar a la convocatoria electoral de 2027. No importa que, ahora mismo, y según la última de las encuestas -en este caso de El Español- un 72 por ciento de ciudadanos, entre los que se incluye un 47 % de simpatizantes socialistas, expresen su deseo de que se celebren elecciones generales antes de concluir el año. Pero, listos que son, la práctica totalidad de los encuestados dicen también estar seguros de que Sánchez tratará de agotar la legislatura.
Lo que ofrece menos dudas es aventurar las principales víctimas de esa pira funeraria en la que miembros del actual Ejecutivo conocerán la crudeza del Roma no paga traidores… ni deslealtades.
Sólo en una mente de ilusa de catecismo como la de María José Montero era dado esperar que el asomo de la patita postulándose para una salida de emergencia en aquellos histriónicos cinco días de meditación de Sánchez no traería, con el pasar de los días, el plato frío de la venganza por tamaña osadía -¿oído, Oscar Puente y Santos Cedrán?-. Desde ahí, todo fue un caer cuesta abajo en la rodada por parte de la mopongo vicepresidenta primera con sus particulares abismos intelectuales y mediáticos en el cuestionamiento de la presunción de inocencia, la descalificación de las universidades privadas, en una de las que había estudiado su jefe, y el cuestionamiento de la preparación de algunos médicos. Apartada del primer plano de las negociaciones a raíz de los aranceles trumpistas, el protagonismo en lo económico corresponde ahora mismo a un crecido ministro de Economía, Carlos Cuerpo, apoyado en el titular de Industria Jordi Hereu y en el de Agricultura, Luis Planas, los tres de marcado signo tecnócrata. Montero tornará, lo está haciendo ya en un más que penoso via crucis mitinero, a su Andalucía natal donde Juanma Moreno, como hacía Helenio Herrera, ni se bajará del autobús para ganarse el cada vez más creciente beneplácito electoral.
«No corren mejor suerte otras tres mujeres a quienes José Alejando Vara ha dado en llamar ya las “ministras asesinaditas”. Tal que Margarita Robles, a quien su jefe le tiene preparada la factura de su apoyo explícito a la presidenta del Consejo General del Poder Judicial, la pretendidamente izquierdista María Isabel Perelló, formada en las aulas de Derecho de la USC, y que se alejó desde el primer momento de la rueda servil del presidente Sánchez.
No hace falta echar cuentas del incomprensible apoyo de la ministra de Ciencia, Innovación y Universidades, Diana Morant, a la cuestionada gestión de María Blanco al frente del CNIO y su repetida sucesión de escándalos. Es la propia insustancialidad de una miembro del Ejecutivo la que le aboca a la ilusoria tarea de recuperar la gobernanza de la Comunidad Valenciana donde ni la DANA que el PSOE cargó tan hábilmente en la mochila del PP es capaz de dar la vuelta a una tendencia electoral que la mandará a la oposición, si es que allí llega. Que ni sus candidatos son capaces de preparar el conveniente aterrizaje de la ministra camino de la Generalitat, contestada como está en sus propias filas.
Queda, finalmente, la ministra portavoz, Pilar Alegría, en un tan pretencioso como imposible intento de conquistar el feudo aragonés donde el actual presidente popular, Jorge Azcón, se halla a un solo escaño de lograr los 34 diputados que le darían la mayoría absoluta y que sitúa al PSOE a diez puntos. Si la nimiedad es el mejor resumen del quehacer de la aludida Morant, en el caso de Pilar Alegría aquélla se constataba cada martes que con sus palabras hacía pública proclamaba del principio de Peter.
A la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, no será Sánchez quien la conduzca a la pira. Lo han hecho ya sus compañeros de formación al relegarla a un insignificante tercer puesto luego de dos absolutamente desconocidos.
Eso sí, las penas con pan son menos penas, dice nuestro refranero popular. Y Sánchez siempre tendrá a mano un Correos, un Paradores o un Consejo de Administración en el que los defenestrados puedan ahogar su penas en la dulce placidez de una abultada nómina.
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