Vitrales traídos desde Francia por el gallego Don Roseando.
27 octubre, 2024
¿Qué tienen en común figuras tan diversas como Vittorio Gassman, Diego Armando Maradona, Yoko Ono, Maurice Chevalier, Evita, Carlos Saura, Juan Domingo Perón, Madonna, Robert Duvall, Jorge Luis Borges, Mick Jagger, María Félix y Alan Parker. Aunque suene increíble dadas las diferencias temporales y las distancias geográficas que los separan, todos los anteriormente nombrados han sido visitantes ilustres de una de las confiterías más emblemáticas de Buenos Aires. La Ideal, fundada en 1912 por el inmigrante gallego Manuel Rosendo Fernández, marcó la época de gloria de la noche porteña otorgando gastronomía en un ambiente de lujo europeo pero accesible a todas las clases sociales.
Señoras tomando el té en 1939.
Don Rosendo, como todos lo llamaban, nació en Pontevedra en 1880 y emigró a Argentina con solo 10 años. La poca información disponible previa a la apertura de su mayor emprendimiento cuenta que se inició, como tantos otros gallegos, siendo mesero en bares de la Capital Federal, entre ellos por lo menos dos del barrio de Monserrat. Para algunos biógrafos todavía es un misterio cómo desde su trabajo como mozo llegó a tener la capacidad económica para montar una confitería y restaurante en un edificio propio en pleno centro porteño. Sin embargo, según Feliciano Barreras «para montar el comercio, el gallego ahorró durante 10 años sin darse ningún tipo de descanso. Además obtuvo préstamos directos de sus familias, se endeudó por varios años con el Banco Provincia y hasta vendió su vivienda en Barracas al Sud para instalarse a vivir directamente en el local que había montado».
Lo que queda claro es que Rosendo apostó todo con la apertura de La Ideal. A principios del siglo XX, la competencia en el rubro era muy grande debido a la prosperidad de los habitantes de una ciudad que desbordaba los teatros cada fin de semana y conociendo el rubro, fijó su objetivo en crear un espacio que además de confitería y restaurante también oficiara como salón de baile. Hacia entonces el lugar de encuentro por excelencia era otro bar histórico, el Café Tortoni, que había abierto sus puertas en 1858, pero el gallego tenía grandes ambiciones: destinado a opacar a la competencia, instaló en 1912 en la calle Suipacha al 384, casi esquina Corrientes (a pocos metros del Obelisco) un descomunal edificio de dos pisos. Todo el mobiliario había sido elegido personalmente por el dueño y traído desde Europa; sillas thonet en los salones, mesas estilo Luis XVI, varios pianos de cola, enormes relojes suizos adornando las paredes y vitrales y arañas de París.
Clases de tango en la reapertura del local.
Su sueño se había convertido en realidad. Más allá de tener grandes competidores en la zona como El Molino (1916), La Richmond y la Confitería del Águila, el proyecto de Rosendo Manuel Rosendo Fernández marcaba la diferencia por aportar excelencia gastronómica en un entorno de confort que rozaba la suntuosidad pero con menús a precios accesibles para todos. Nunca se olvidó de sus raíces humildes: en sus tiempos de máximo esplendor declaró a la Revista Caras y Caretas «tengo la alegría de tener una confitería de calidad en Buenos Aires y la administro como un homenaje a aquellos inmigrantes que como yo, han dejado su vida en Galicia para intentar vivir mejor aquí». Tiempo después, cuando la incipiente aparición del tango se extendió a todos los rincones del centro porteño, cada fin de semana el salón de La Ideal atraía a cientos de personas dispuestas a compartir los pasos de las milongas.
Según algunos habitués llegó hasta la actualidad la versión de que en los días de la inauguración sonaron muñeiras a gran volumen: mientras el grupo de gallegos presentes obviamente disfrutaron el momento, el resto de los comensales argentinos, en su mayoría de la burguesía nacional, demostraron su desagrado y al apagar la música llegaron a lanzarse platos desde unas mesas a otras. El nivel del mobiliario siempre se siguió superando, hasta llegar a tener detalles como zócalos de mármol y la flor de lis, representación heráldica del lirio que empezó a hacerse presente en todo el edificio, especialmente diseñada con pequeños azulejos en el piso del centro de la pista y las paredes del primer piso, el espacio «vip» del palacio.
Fachada actual de la confitería La Ideal.
La Ideal era un espacio de libertades. Allí solían verse mujeres tocando el bandoneón entre las piernas, algo realmente inusual por entonces. Interpretaban canciones de jazz y participaban de las despedidas solteras, que estaban totalmente prohibidas para hombres, que debían quedarse en el piso de abajo. Frecuentaban sus mesas políticos, artistas, figuras de cine, escritores y las familias más poderosas del país, que habitualmente visitaban el lugar junto a sus hijos para presentarlos y formar relaciones con otros clanes acaudalados. Pero los inmigrantes, en su mayoría gallegos como el dueño, nunca dejaron de concurrir: para ellos siempre había disponibilidad sin necesidad de reserva y eran atendidos con la misma formalidad y respeto que otros clientes destacados.
Otra anécdota relata que el ascensor principal, con ascensorista vestido de estricta etiqueta era exclusivo para mujeres, a quienes se les servía directamente un té y torta inglesa sin siquiera preguntarles que deseaban tomar o comer. Los hombres, obligados a ascender por la escalera, tenían el privilegio de elegir las bebidas que iban a beber, pero las que incluían alcohol se ofrecían sólo después de las 19 horas de la tarde. Carlos Gardel, amigo de Don Rosendo, era un asiduo concurrente y quedaron grabadas en la memoria de algunos afortunados clientes sus conciertos de madrugada a puertas cerradas. Hipólito Yrigoyen, en su primera presidencia de la Nación (1916-1920) mandaba a diario a su secretario a comprarle postres de dulce de leche. Juan Domingo Perón y Evita también concurrían a menudo. Y el probablemente mejor escritor de la historia argentina, Jorge Luis Borges, pasaba tardes enteras de inspiración sentado en la primera mesa de la entrada.
Guitarra perteneciente a Carlos Gardel expuesta en una vitrina.
Entre varias visitas ilustres más cercanas en el tiempo, la confitería recibió la visita del cantante de los Rolling Stones, un eufórico Mick Jagger que pasó toda la noche pidiendo que le permitan tocar la guitarra de Carlos Gardel que se encontraba exhibida en una vitrina. No tuvo éxito. En ese mismo lugar Alan Parker filmó escenas de la película Evita, protagonizada por Madonna y Carlos Saura, el director español, filmó Tango en un set armado en la planta baja del edificio. Diego Armando Maradona acostumbraba a aparecer por La Ideal sorpresivamente a altas horas de la madrugada y los meseros, a cambio de autógrafos, volvían a habilitar la cocina y le ofrecían el menú que deseara. Y Yoko Ono, la viuda del recordado John Lennon, al conocer el lugar en 1998 dejó una frase que sería todo un presagio: «Por favor, háganse justicia a sí mismos, y no destruyan su historia y su cultura».
Pero estamos en Argentina y la profecía terminó por cumplirse. Este lugar, declarado Café Notable de la Ciudad de Buenos Aires y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, luego de enfrentar incontables crisis económicas, devaluaciones e inflación, terminó bajando sus persianas en el año 2016. Durante un lapso de tiempo llegó a ser alquilada para utilizarse como discoteca y eventos de música electrónica. Terminó por degradarse el revestimiento de las paredes y la cocina en desuso fue tomada por la grasa y las ratas. Cuando el humo del cigarrillo ennegreció los vitrales, los vecinos se pusieron en alerta y se convocaron para buscar una solución: se estaba arruinado uno de los principales emblemas del patrimonio cultural y arquitectónico del siglo. Pero como es costumbre, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no respondió a las necesidades que comparten tantos otros bares notables y la solución tuvo que llegar desde manos privadas.
El palacio terminó siendo comprado por un grupo empresarial de bajo perfil dueño de grandes bodegas de vino en la provincia de Mendoza, que afortunadamente pudo recuperar el mobiliario histórico y durante tres años se encargó de los trabajos de restauración de sus mostradores de roble, las columnas, el piso de granito con su flor de lis, los vitrales, los relojes suizos y el ascensor original. Logrando evocar la mística del lugar y ser fiel a sus orígenes, la confitería La Ideal finalmente reabrió a principios del mes de noviembre del año pasado, con la fachada dorada al igual que en sus tiempos de esplendor y su enorme puerta vidriada de entrada permitiendo nuevamente el ingreso a este espacio creado por un gallego que construyó una de las grandes joyas de la noche porteña.
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