El gallego que construyó “El Castillo de la Muerte” en Buenos Aires
Gonzalo Catoira
17 noviembre, 2024
Uno de los mitos urbanos más arraigado en Argentina cuenta que en 1908, la productora agropecuaria María Luisa Auvert, dueña de una gran estancia en la localidad de Rauch, en el interior de la provincia de Buenos Aires, decidió invertir parte de su fortuna en la construcción de un gran edificio de departamentos para alquilar sobre un terreno que poseía en el barrio porteño de La Boca. El proyecto del inmueble, ubicado en la esquina de las avenidas Almirante Brown y Benito Pérez Galdós, a pocos minutos del estadio de Boca Juniors, mundialmente conocido como “La Bombonera”, fue encomendado al arquitecto gallego Guillermo Álvarez, nacido en Cortegada (Ourense), de familia indiana y benefactor de su pueblo.
El enorme castillo, de una gran belleza arquitectónica que respetaba con estilo la figura triangular del terreno, tenía tres lujosos pisos coronados por una imponente torre circular de salientes rectangulares que refería a la arquitectura medieval. Los detalles del diseño, su ubicación privilegiada y la altura del edificio alrededor de casas humildes, lo convirtieron rápidamente en un icono del barrio. Impactada por el resultado final, María Luisa felicitó a Guillermo Álvarez por su trabajo y en vez de poner sus dependencias en alquiler, decidió abandonar el campo, mudar su estilo de vida a la gran ciudad e instalarse a vivir allí con las cuatro sirvientas que la acompañaban día a día.
El Castillo de la Muerte en Buenos Aires.
Apenas arribada, adornó todo el edificio con muebles y plantas traídas de España, pero su estancia no iba a ser lo que soñaba: los vecinos de la zona comenzaron a acusar a la nueva vecina de “hacer brujerías” y que en su casa sucedían cosas extrañas. El rumor era que se escuchaban gritos desgarradores de madrugada, las luces se prendían y apagaban durante la noche y todos los perros del barrio ladraban mirando a la torre; hasta se hablaba de cuchillos y sillas que volaban por los aires. Rápidamente y sin ninguna explicación, las empleadas domésticas que trabajan con ella desde hacía varios años empezaron a renunciar e irse en total silencio de la mansión; nadie quería trabajar en ese aterrador lugar. La señora María Luisa Auvert resistió apenas unos pocos meses y luego de vivir menos de un año en el edificio, abandonó su casa sin explicación alguna y volvió a su casa de campo en Rauch.
Barrio de La Boca hacia el año 1930.
El inmueble quedó abandonado por completo, mientras Guillermo Alvarez y su familia, que habían llegado a Argentina en 1880 como humildes albañiles, estudiaron arquitectura y se fueron convirtiendo en respetados miembros de la gran comunidad gallega en la ciudad. Su padre Manuel fue uno de los constructores de la aduana porteña y luego volvió a Cortegada, donde colaboró activamente en el crecimiento del pueblo. El propio Guillermo estuvo a cargo, entre ciento de obras, de la construcción del palacio que albergó a la Embajada de España en Buenos Aires hasta el año 2003 y actualmente es la residencia del embajador. Y su hermano Alfredo dirigió el Banco Español y la Asociación Patriótica Española, además de ser socio fundador y presidente del Centro Gallego, al que donó el predio para su primera sede.
Vista actual de la esquina de las avenidas Almirante Brown y Benito Pérez Galdós
Pero el terrorífico castillo de La Boca no iba a tardar mucho en convertirse en leyenda: a principios de la década de 1930, por problemas económicos decidió ponerlo en alquiler y el histórico lugar se llenó nuevamente; esta vez separado en departamentos, allí se instalaron inquilinos inmigrantes y artistas que desconocían su misterioso pasado. El nivel más alto, en el tercer piso, lo ocupó Clementina, estudiante de Historia del Arte y pintora de profesión, dulce y simpática, muy querida por sus vecinos. Allí donde estaba ubicada la torre superior instaló su estudio artístico, un pequeño espacio que la inspiraba por la vista privilegiada que tenía desde las alturas: pronto su talento llamó la atención de la sociedad y Eleonora, una periodista de Barracas, decidió entrevistarla para dar a conocer su trabajo.
Estadio de Boca Juniors, a 500 metros del Castillo de la Muerte
La nota se realizó en el atelier del castillo, con Clementina exhibiendo sus obras y Eleonora tomando fotografías a los trabajos, especialmente al último en el que estaba trabajando la artista: el favorito de ambas, elegido para abrir la próxima muestra. Esa misma noche, luego de la entrevista y gritando desesperadamente sin aparente motivo, Clementina se arrojó al vacío desde la ventana de la torre. Enterada de la situación, la periodista decide revelar de inmediato las imágenes y el resultado fue impactante: en las fotos de su último cuadro se veían tenebrosas figuras similares a duendes, que no existían en la pintura original. Eleonora, espantada por lo sucedido, volvió al barrio de La Boca, donde los vecinos le contaron sobre la terrible de la mansión y con su ayuda logró ubicar la hacienda donde María Luisa Auvert había vuelto para radicarse nuevamente en Rauch. Fue hasta esa localidad, a 300 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires con la intención de entrevistarla, pero la dueña del inmueble, envejecida y agobiada, solo atinó a responder “fueron los duendes, fueron los duendes… ellos la obligaron a tirarse”. Desde entonces, los desgarradores gritos volvieron a escucharse, los perros nuevamente comenzaron a ladrar mirando la torre del castillo y según dicen los vecinos, todavía suele verse en esa esquina el espectro de una figura fantasmal y aspecto femenino merodeando la casa.
El arquitecto Guillermo Álvarez, que aún exitoso en Buenos Aires siguió viajando con frecuencia para visitar a su familia en su pueblo natal, ha sido reconocido en Cortegada por sus obras benéficas para el pueblo: entre otros aportes, en su testamento dejó parte de su herencia para los pobres del concello, construyó el edificio del famoso balneario y financió la primera Escuela de Letras denominada “República Argentina”, que actualmente es sede del Ayuntamiento y donde una gran placa lo homenajea como hijo ilustre. Condecorado por Alfonso XIII con la Gran Cruz de Isabel La Católica por su tarea filantrópica, además una calle lo recuerda junto a su hermano.
Sin embargo, del otro lado del océano su historia de vida es poco conocida y el nombre del benefactor gallego, por haber sido el arquitecto que lo diseñó, quedó automáticamente asociado a la perturbadora historia del “Castillo de la Muerte”, que se todavía se mantiene erguido pero algo descuidado en el barrio de La Boca. Su fama de edificio maldito es una de las leyendas urbanas de Buenos Aires difundida con más fuerza: incluida en el recorrido de todos los circuitos turísticos de “casas embrujadas” de la ciudad, es imposible pasar por esa esquina sin mirar hacia arriba e imaginar el fantasma de la dulce Clementina.
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