8 diciembre, 2024
Claudio Silva Silva le decían el «Rey de los Boqueteros». Su apodo estaba bien ganado: en plena dictadura militar robó con su banda el banco Galicia del barrio de Retiro, de la ciudad de Buenos Aires y se escapó tranquilamente viajando en tren, con dos bolsas llenas de dólares y joyas. Hijo de padres gallegos nacidos en Ferrol que habían emigrado a Uruguay a fines de la década del 40, nació en Montevideo en 1951 y al finalizar sus estudios secundarios se escapó de su casa, cruzó el Río de la Plata y comenzó a delinquir en Argentina. Sus inicios como delincuente fueron arrebatando carteras a mujeres a la salida de los teatros de la calle Corrientes en la Capital Federal, pero con el paso de los años se convertiría en ladrón de bancos.
Rompiendo el viejo paradigma según el cual sólo un delincuente experto puede cometer un robo de semejante magnitud, era un novato de 25 años que jamás había abierto una bóveda cuando en 1976, en plena dictadura militar, decidió dar el zarpazo. El comienzo de la historia fue un domingo cualquiera al mediodía, mientras almorzaban con su madre y su prima en su casa del barrio de Monte Grande. La chica, empleada de limpieza del banco Galicia ubicado en Marcelo T. de Alvear 670, pleno centro porteño, hizo un comentario al pasar que llamó la atención de Silva Silva y su hermano José. «En el banco hicieron un simulacro de alarmas. Y el gerente dice que es imposible de robar». La frase, lejos de desalentar a los hermanos, los impulsó a planear lo que ellos consideraban simplemente una aventura.
Dos meses más tarde, su prima pidió licencia porque tuvo un ataque de asma y se convirtió en la oportunidad deseada por los Silva Silva. José se postuló como reemplazante de la señorita y el banco lo aceptó. No sólo eso: con el tiempo se ganó la confianza de sus jefes y le dieron una llave propia para que entrara directamente a hacer sus tareas habituales todas las mañanas. Y finalmente, el fin de semana del 7 y el 8 de agosto de 1976 se encerraron en la sucursal para concretar el robo. Fueron acompañados por dos cómplices: uno de ellos, apodado «Ladrillo», era técnico electrónico especializado en la desactivación de alarmas. Para dar un ejemplo de lo confiados que estaban en lograr el objetivo, antes de empezar a hacer el boquete hacia la bóveda de las cajas se tomaron el tiempo de comer unos sándwiches y tomar varias cervezas.
El agujero por donde ingresaron fue hecho en una pared oculta entre un viejo techo y un nuevo cielorraso más bajo; luego pasaron por el boquete y entraron en la bóveda por un conducto de la luz. José quedó afuera porque era el único que podía justificar su presencia en el lugar: si llegaba algún jefe, no desconfiaría de ver a un empleado en su lugar de trabajo. Allí los ladrones se encontraron con 600 cajas de seguridad. de las cuales abrieron varias a presión y se llevaron dólares, francos suizos, libras esterlinas, barras de oro, alhajas además de hallar objetos insólitos como una dentadura, pestañas postizas y según relató varios años después, hasta un paquete de cocaína. El botín total se estimó en siete millones de dólares y 50 kilos de joyas que se repartieron en bolsas entre los cuatro integrantes de la banda. La huida fue simple, pero en la estación de tren, Silva Silva vivió dos momentos que nunca pudo olvidar; el primero fue cuando fue a comprar el boleto, el vendedor, al verlo con dos enormes bolsas tan cargadas, le hizo una pregunta ingenua que ahora cobra otro sentido: ¿Va a laburar o de picnic? Silva le respondió: «A laburar, querido. A laburar».
El segundo fue aún más asombroso: un policía no le sacaba la mirada de encima y pensó que todo estaba perdido: en cuanto le revisara la bolsa ya se imaginaba en el calabozo. Pero no, el policía se acercó sólo para pedirle un cigarrillo y respiró aliviado. Subió al vagón y mientras se alejaba de la estación supo que el plan marchaba tal como había planeado. En su casa de Monte Grande ocultó gran parte del botín debajo de las tejas, en pozos y en los jardines de sus casas. Pero la suerte solo iba a durar algunas horas más: al día siguiente, la esposa de uno de sus cómplices, creyendo que su marido iba a escapar rumbo al norte del país con el dinero y una amante paraguaya, denunció a toda la banda. Los cuatro integrantes fueron apresados y Silva, fuertemente torturado, permaneció en la cárcel de Devoto durante 21 años.
El otro gran robo boquetero de la historia argentina hasta entonces ocurrió entre el 4 y el 6 de enero de 1997, en la época del uno a uno (un peso argentino equivalía a un dólar), cuando un grupo de audaces ladrones robó 20 millones de dólares de 164 cajas de seguridad de la sucursal de Recoleta (Las Heras y Callao) del Banco Crédito Argentino. Por dar solo un ejemplo, a uno de los clientes le robaron un sable de 150 años que había heredado de su tatarabuelo. Como su valor era incalculable, le pagaron 150 mil dólares por daño moral y psicológico. Interpol buscó a los Silva Silva avalados en la sospecha de que desde hacía poco tiempo estaban nuevamente en libertad, pero no hubo pruebas para vincularlos. Cinco de aquellos ladrones fueron detenidos y condenados. Uno de ellos era un ex espía y el otro un policía retirado. Además de las escuchas telefónicas, un testigo insólito ayudó a esclarecer el increíble robo: un mendigo que solía dormir en la esquina de la farmacia Colón, frente al banco, declaró ante la Justicia que los días previos al robo un grupo de hombres entraba y salía del local de Callao 1519 -que los ladrones alquilaron el 24 de junio de 1996 para comenzar a cavar el túnel- para hablar por el teléfono público ubicado en la puerta de la farmacia.
Siempre quedó la sospecha, por el tipo de boquete realizado, de que Silva Silva también habría tenido algo que ver en este segundo robo. De hecho, su nombre siguió apareciendo constantemente en la lista de posibles sospechosos. Y hasta fue inculpado por el ya fallecido periodista Mauro Viale en su programa de televisión en vivo: minutos después, apareció Silva Silva en el canal, a los gritos detrás de cámara con su abogado pidiéndole al conductor que se retractara, vociferando que él no se había robado nada y que era totalmente inocente. Luego de ese día, solo ofreció un par de entrevistas, donde se hizo cargo del robo al Banco de Galicia pero no del nuevo delito y se definió como un romántico del hampa. «Soy el rey de los boqueteros, si a mí me das un rato entro en el Banco Nación haciendo un boquete con forma de corazón».
A Silva nunca le gustaron los medios de comunicación, pero ese día sintió que debía aparecer para desvincularse de la nueva acusación. Las pocas notas que dio con el paso del tiempo siempre fueron breves, casi como al pasar. «Quiero aclarar que nunca lastimé a nadie ni nunca lo haría. Sería incapaz de ponerle una mano encima a alguien. Soy un tipo de códigos, porque a mí en la calle me conocía todo el mundo. Hasta la policía me respetaba. Ellos sabían que yo no me mandaba ninguna macana grande. Es verdad que me llevé siete millones de dólares del Banco Galicia en dos bolsas grandes y me escapé en subte. Así que con ese dinero ya estaba salvado, por eso nunca tuve la necesidad de volver a robar», dijo en su última declaración pública. Nadie le creyó.
Diez años después, el 13 de enero de 2006, se consumó el verdadero robo del siglo en Argentina, que inspiró el guión de la serie «La Casa de Papel», cuando un grupo de ladrones tomaron 23 rehenes en el banco Río sucursal Acassuso de la provincia de Buenos Aires, y, mientras negociaban con la policía, saquearon unas 150 cajas de seguridad, obtuvieron un botín de 22 millones de dólares en joyas y efectivo, y huyeron en un bote inflable por los desagües pluviales. Cuando las fuerzas de seguridad lograron ingresar al banco, los ladrones ya habían desaparecido con las alhajas y el dinero, dejando un cartel para burlarse de la policía: «En barrio de ricachones, es solo plata y no amores». Y aunque habían pasado 40 años desde que el «Rey del Boquete» había robado el Banco Galicia, automáticamente fue apuntado otra vez como el primer sospechoso. Nunca pudieron encontrarlo y a Silva Silva nadie volvió a verlo; quizás ni siquiera siga con vida, pero cada vez que un banco sea saqueado, su nombre será uno de los señalados.
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