4 noviembre, 2024
Cuando aún faltan amargos días de lucha contra los elementos para alcanzar el pleno conocimiento de la catástrofe de Valencia, tanto en su número real de víctimas mortales como en la cuantificación de daños materiales, hay ya algunas premisas que pueden avanzarse como coadyuvantes a las extraordinarias dimensiones alcanzadas por la ira de ese Dios llorando sobre la Comunidad Valenciana. Se concretan en la falta de previsión, de coordinación y de la adecuada respuesta urgente ante la magnitud del cataclismo.
No es, en todo caso, la primera vez que esa absoluta ineptitud de los poderes públicos es aprovechada por sus protagonistas para hacer de la necesidad virtud oportunista culpando al rival político de las propias incapacidades.
Ocurrió con el Casón, el Prestige, con el 11-M y aquel aciago sábado de ocupación de sedes de un partido, con los pellets y con cuantas nuevas ocasiones las fuerzas de la naturaleza o la desidia humana provoquen incontrolados infortunios para la sociedad civil.
En el caso de Valencia, a la insufrible cadena de errores humanos acabó por sumarse esa utilización partidista de echarse los muertos a la cabeza del rival político cuando los cadáveres continuaban aún en el barro con el vano intento de eludir las propias responsabilidades. Que vienen fijadas por la ley y que obliga a actuar al Gobierno central cuando una catástrofe natural afecta a más de una Comunidad Autónoma como fue el caso.
Además de las responsabilidades obvias del presidente valenciano, por propia incapacidad y por seguimiento de las indicaciones de organismos gubernamentales responsables sobre las que habrá que volver en su día, hay que sumar muy especialmente la del presidente del Gobierno. Porque si un primer ministro se conforma con atender a una tragedia como la presente en función de la ayuda que le demanden, como aseveró el propio Sánchez, la podredumbre del Estado alcanzaría cotas de máxima preocupación. Tanto más si, como se apunta desde muchos medios de comunicación, esa indolencia trae causa de la oportuna búsqueda de réditos políticos.
Serán, en su día, las autoridades judiciales quienes dictaminen las correspondientes responsabilidades de cada una de las administraciones en la no gestión de la DANA. Pero hay ya, se constató ayer en ese día de la ira en Paiporta, un primer vaticinio social en el sentir de quienes a pie de barrizal luchan contra los elementos y la irracionalidad política. Han dictado sentencia, y Pedro Sánchez haría bien en tomar nota. Es difícil alcanzar mayor grado de ineptitud y sectarismo, hasta el punto de escudarse, como ocurrió en su día con el volcán de La Palma, tras la figura del Rey para evitar el previsible bochorno. Pero los desaforados gritos de vecinos y voluntarios tenían una dirección inequívoca.
Por eso se equivocan cuantos, en indisimulado afán de salpicar a la Corona en los incidentes, manifiestan ahora el despropósito de la visita real a la zona cero. Antes al contrario, lo sucedido ayer en la localidad valenciana, con un presidente del Gobierno que esconde su cobardía en la huida y la entereza de un Rey afrontando las lógicas críticas de un pueblo desesperado supone acaso el mayor -¿y único?- favor que Pedro Sánchez pudo hacer para el buen nombre de esa Monarquía que tanto desprecia. Puso a cada uno en el lugar de la historia que le corresponde. La entereza frente a la cobardía, el compromiso frente a la utilización, la verdad frente a la mentira.
Nos queda también, de hecho ha comenzado ya, mucha basura que leer en las páginas de los conocidos como periódicos orgánicos -El País de ayer ya demonizaba a Feijoo-, esa prolongación de la máquina del fango que La Moncloa alienta tan fervorosamente con la conveniente dosis de estómagos agradecidos.
Pero, como sucediera en los múltiples casos de corrupción que acechan al presidente a ocho ministros y hasta a sus propios familiares, el terreno de engaño se va acortando cada vez más a la par que va creciendo la sensación generalizada de que es imposible asistir ya a más dosis de estercolero gubernamental.
Y no, no parece exagerado concluir que la catástrofe de Valencia comience a ser el principio del fin del Gobierno Sánchez.
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