3 julio, 2025
Juan Salgado
Periodista
Quienes hayan seguido de cerca las vicisitudes -políticas y personales- de Alberto Núñez Feijóo, expresadas con la bíblica sobreabundancia del maná a través de los bien untados medios de comunicación del más variado signo, sabrán, por confesión del propio político, que las lecturas de las teorías del pensamiento, del análisis histórico, de la filosofía del Derecho no figuran entre sus reconocidas preferencias; ni de ocio, ni siquiera profesionales.
De igual modo, su propio perfil como hombre público, como ejerciente de responsabilidades de poder, se sustenta más en una imagen de gestor, de técnico antes que de ideólogo o de artífice de una irreductible fijación de principios programáticos irrenunciables.
Ese modo de comportarse en política, iniciado en Madrid con la gestión de Correos o del antiguo INSALUD fue el que le trajo a una Galicia a la que dirigió con la perspicacia de un avezado hombre de negocios, con la necesaria maleabilidad acomodaticia como para no hipotecar su gestión ante las exigencias de unos principios inquebrantables. Algo que se echa tanto más en falta ahora mismo en el PP gallego que, sin la visión necesaria para articular un discurso atrayente para el electorado desde el plano ideológico, sobrevive por el erial reinante en el radicalismo de una oposición levantando muros y una política administrativa y de gestión continuista centrada más en el cortoplacismo subvencionador antes que propositiva de nuevos retos de futuro en lo económico o lo social. En suma, el mal menor.
Por eso, tanto en Galicia como en Madrid, el PP naufraga a la hora de motivar el entusiasmo del electorado, falto como está de un ideario propio, claro, diáfano, sin complejos. En su lugar, se opta por una acción pública fundamentada antes en la crítica del contrario -incluso en Galicia, donde gobierna- que en la proposición de un programa propio, naufragando a cada paso en ese plano inclinado que con tanto acierto se encarga de criticar una y otra vez Cayetana Álvarez de Toledo, sin lugar a dudas la mente más lúcida de una formación popular que no acaba de superar el complejo, la psicótica perturbación que padece de que ser de derechas sea lo más parecido a una maldición bíblica. Ignoran que en la confluencia, debidamente articulada desde el respeto y la libertad de expresión y debate entre las partes, de liberales, cristianodemócratas y conservadores en su estricto sensu hay mimbres más que suficientes para articular una mayoría de gobierno.
La ponencia del Congreso nacional extraordinario que este fin de semana celebra el PP en Madrid -y encargada no precisamente a la más y mejor masa gris de la formación- contempla en su preámbulo, dando cuartos al pregonero, un ejemplo de esa fijación que les atenaza de crítica al sanchismo antes que en la formulación de entusiastas ideas propias y que se solaza en la espera de ver pasar el cadáver del enemigo para su ascenso al poder.
Solo al final alude, con buen criterio, a los principios y valores que se proponen a los congresistas, sustanciados en el individuo como centro gravitacional de sus políticas de libertad, rechazando “la colectivización de la sociedad” que tanto demanda Cayetana, enfatiza la fe en el mérito y la cultura del esfuerzo a la vez que cifra en el humanismo cristiano la raíz de la que arranca su ideario con expresión de que “la dignidad de la vida humana, la libertad, la responsabilidad, la justicia, la igualdad, la solidaridad y el carácter subsidiario del Estado”… “debe estar allí donde el individuo y la sociedad organizada no pueden llegar, y no debe aspirar a reemplazarlos”.
No es mal principio que va a requerir más de un pie en pared cuando la terca realidad de la política diaria demande el posicionamiento de la formación en defensa de esos valores lejos del pragmatismo acomodaticio de lo políticamente correcto. Y, a la vista de los precedentes conocidos hasta ahora, alguna duda cabe.
Pero es más; frente a esa proclama que se antoja nada más que literatura de relleno, el propio dirigente máximo del partido acaba de descolgarse con una preocupante manifestación, que no hace sino poner de manifiesto las aludidas lagunas del pensamiento político de la formación y dirigentes, cuando anuncia -lo hizo en entrevista con Susana Griso– “una política programática que no sea ni de izquierdas ni de derechas, sino moderada y transversal”.
Por decirlo con otras palabras, se trata de la vieja teima popular de ese particular viaje al centro que desde Aznar llevan recorriendo Casado, Rajoy y ahora el propio Núñez Feijóo, sin que, como dice con jocosa ironía Alfonso Guerra, nunca den alcanzado la meta, de lejos que debe estar.
Un particular viaje a una imaginaria Ítaca que más remeda la metáfora del cínico Diógenes cuando a plena luz del día recorría las calles de Atenas con su farol encendido buscando un hombre honesto. Ni él lo encontró ni el PP parece que haya acertado en esa obsesiva cerrazón por encontrar un inexistente centro político.
El Congreso popular se articuló con la necesaria anticipación de prepararse para un adelanto electoral que se veía como posibilidad pero que ahora, con la que está cayendo en el equipo de Gobierno de la nación, se antoja cada vez más próximo.
La acentuada crisis gubernamental del socialismo patrio acaso sea percibida por el PP como un afortunado don de oportunidad que le releve del incordio de fijar un programa propio y le motive a volcarse más en lo que la aludida Cayetana llama “la prisa del candidato”. Una urgencia que, a la vista está tras lo declarado por Feijóo, pretende pescar en el río revuelto de un centroizquierda desencantado antes que afianzar un suelo electoral propio con la misma firmeza que, aún frente a la corrupción, sostiene el PSOE.
Se equivocó Rajoy al encaminarse por esa ruta y lo hará de nuevo el PP actual, como asegura el profesor y contertulio radiofónico Jorge Vilches, cuando apunta a que “Si el PP permite que la mentalidad dominante sea que lo natural es ser socialdemócrata, será siempre la leal oposición. Si no sienta las bases de un cambio de registro en los principios y valores hegemónicos, no servirá para nada importante.”
Y una segunda equivocación tras el dispendio que Mariano Rajoy hizo de su más que holgado triunfo en las urnas sería una intolerable frustración para una mayoría electoral que se merece algo más que el oportunismo de quien ofrece como único proyecto programático el desgaste del enemigo.
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