28 febrero, 2025
No hay que meter en el mismo saco a la política y a los políticos. La política es una actividad necesaria que nos implica a todos, como decía Aristóteles en Politics (s.IV, a.C.): “Es evidente que el Estado es una creación de la naturaleza y que el hombre es por naturaleza un animal político”. También John F. Kennedy lo remarcaba en su campaña de 1960: “La acción política es la máxima responsabilidad del ciudadano”. Y Thomas Mann insiste en The Magic Mountains (1924): “El amigo de la humanidad no puede reconocer una distinción entre lo que es político y lo que no lo es. No hay nada que no sea político”. Los políticos, en cambio, son una desgracia sobrevenida, -un daño colateral- en cuya fauna no todos son iguales, aunque todos se parecen.
No hay mucha duda entorno a la realidad presente, que nos priva del orgullo de poner nuestra confianza en sabios y honestos hombres de estado, que los hubo y los seguirá habiendo, pero que en el momento actual han sido fagocitados por la mediocridad, la incompetencia, la egolatría, la inmoralidad, la cortedad mental, el sectarismo, el nepotismo, el fraude y el apetito absolutista, todo propiciado por sociedades apáticas unas, decadentes otras, cobardes la mayoría, un poder judicial acomodado y un cuarto poder vendido, incapaz de defender la idea de los tres poderes clásicos de Montesquieu (ejecutivo, legislativo y judicial). En sus Prejudices de 1924, H.L. Mencken avisa: “Si la experiencia nos enseña algo, es esto: que un buen político, en democracia, es tan impensable como un ladrón honesto”. Entre las Quotations from Chairman Mao Tse-Tung, destaca una: “La política es guerra sin derramamiento de sangre mientras que la guerra es política con derramamiento de sangre”.
“Todos los partidos políticos mueren al final atragantados por sus propias mentiras” cuando los partidos son rebaños, manadas de ganado gobernadas por consignas del vaquero de turno, en vez de grupos de personas pensantes «
Hay mucho tonto en política que estúpidamente cree que la democracia la inventaron ellos. De hecho, esos que cuando predican democracia se les llena la boca de babas, son los que en la vida real compran voluntades, mienten irreverentemente y corrompen todo lo que tocan; son los ignorantes con o sin pedigrí, de vida subterránea, que viven del erario público y aprovechan sus horas de gloria para llenar de material su vacío espiritual; son los incapaces de percibir lo que ya advertía Aristóteles en el siglo IV a.C.: “Aquellos que piensan que toda virtud se encuentra en sus propios principios de partido llevan las cosas al extremo: no consideran que las desproporciones destruyen un Estado”. La paradoja, que pone en entredicho la inteligencia humana, es que, tras siglos de experiencia repetida, de perversión redundante, ni el votante ni el votado saben poner la razón por encima de la víscera. En el libro de Richard Garnett, titulado Life of Emerson (1887), se atribuye a John Arbuthnot el dicho “Todos los partidos políticos mueren al final atragantados por sus propias mentiras”. Cuando los partidos son rebaños, manadas de ganado gobernadas por consignas del vaquero de turno, en vez de grupos de personas pensantes -con legítimo sesgo ideológico- al servicio de la comunidad, la democracia es adulterada de raíz.
Muchos de nuestros políticos actuales deberían revisar los contenidos de aquella conferencia del 5 de marzo de 1877, de Rutherford Birchard Hayes, 19º presidente norteamericano, entre 1877 y 1881, que en la era de la Reconstrucción de los Estados Unidos logró restaurar la confianza en el gobierno: “Quien mejor sirve al país sirve a su partido”. Y, tanto los políticos como el pueblo, que otorga el poder, deberían recordar las palabras de John F. Kennedy, en el Loyola College Alumni Banquet de Baltimore, el 18 de febrero de 1958: “No busquemos la respuesta republicana ni la respuesta demócrata, sino la respuesta correcta. No busquemos culpar al pasado. Aceptemos nuestra propia responsabilidad por el futuro”. Fue otro político americano, Adlai Stevenson II, dos veces candidato a la presidencia por el partido demócrata -que nunca ganó- y gobernador de Illinois entre 1949 y 1953, quien dijo en la Democratic National Convention del 26 de julio de 1952: “Más importante que ganar las elecciones es gobernar la nación. Esa es la prueba de fuego de un partido político, la prueba de fuego definitiva”.
«Winston Churchill opinaba en 1965 que “la política es casi tan apasionante y tan peligrosa como la guerra; en la guerra, sólo te pueden matar una vez, pero en política, pueden hacerlo muchas veces”
Vivimos una profunda crisis de liderazgo político, miremos a donde miremos en todo el mapamundi; algo frecuente en la historia de la humanidad, que evoluciona por ciclos. Cuanto más frágil es el liderazgo más fácil es la traición en el seno de los partidos y la asfixia constante por parte de los contrincantes. En el obituario de Bernard M. Baruch, estadista judío y asesor político de los presidentes Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt, el The New York Times del 21 de junio de 1965 apuntaba: “Un líder político debe estar todo el tiempo mirando por encima del hombro para ver si los muchachos siguen ahí. Si no están ahí, ya no es un líder político”.
Ambrose Bierce define la política como “una lucha de intereses disfrazada de una contienda de principios”. Para John Kenneth Galbraith, “la política no es el arte de lo posible; consiste en elegir entre lo desastroso y lo desagradable”. H.L. Mencken lo intelectualiza con un toque de bondad irónica: “La política, tal como la practica el hombre esperanzado en el mundo, consiste principalmente en la ilusión de que un cambio en las formas es un cambio en la sustancia”. “En ningún otro lugar se confunden más los prejuicios con la verdad, la pasión con la razón y la invectiva con la documentación que en la política. Ese es un reino, poblado sólo por villanos o héroes, en el que todo es blanco o negro y el gris es un color prohibido”, señala John Mason Brown. Por su parte, Albert Camus era todavía más cáustico: “La política y el destino de la humanidad están determinados por hombres sin ideales y sin grandeza”. En una conferencia, el 22 de marzo de 1775, sobre la conciliación con las colonias americanas, Edmund Burke -considerado el padre del conservadurismo liberal británico-, decía: “La magnanimidad en política no es raramente la respuesta. La sabiduría y un gran imperio y mentes pequeñas no van bien juntas”. Sir Winston Churchill opinaba en 1965 que “la política es casi tan apasionante y tan peligrosa como la guerra; en la guerra, sólo te pueden matar una vez, pero en política, pueden hacerlo muchas veces”. “Sería una gran reforma en política que la sabiduría pudiera difundirse tan fácil y rápidamente como la estupidez”. Hablando sobre políticos, añadía: “La habilidad política es la capacidad de predecir lo que sucederá mañana y tener la capacidad de explicar después por qué no sucedió”. Sorprende la facilidad con la que los políticos cambian de opinión; es una característica del gremio sobre la que ya hablaba Cicerón en Ad Familiares (s.I, a.C.): “La persistencia en una opinión nunca ha sido considerada un mérito en los dirigentes políticos”.
La política es un magma amorfo y hediondo en el que se sumerge la fauna más variada. Frank Moore Colby puntualiza: “La política es un lugar de esperanzas humildes y de exigencias extrañamente modestas, donde todos son buenos si no son criminales y todos son sabios si no son ridículamente descuidados”. En un artículo (The Case for the Ephemeral) de 1908, G.K. Chesterton escribe: “La responsabilidad pesada y cautelosa de hablar es lo más fácil del mundo; cualquiera puede hacerlo. Por eso tantos hombres cansados, mayores y ricos se dedican a la política”. Traducido al laico vulgar, quizá lo que quería decir es que la política es el lugar donde se habla más sin decir nada, o el entorno en el que cualquiera está legitimado a decir tonterías y sandeces, desde insultar con total impunidad a cambiarle el sexo a los ángeles, sin que pase nada. El General Charles de Gaulle sorprendió a algunos, en el Newsweek del primero de octubre de 1962, con la salida: “Como un político nunca cree lo que dice, se sorprende cuando los demás le creen”. Charles Caleb Colton también hace un curioso comentario cargado de realismo: “En política, como en religión, sucede que tenemos menos caridad para aquellos que creen en la mitad de nuestro credo, que para aquellos que lo niegan todo”.
«El propio Nikita Khrushchev, comentaba a los reporteros de Nueva York en octubre de 1960: “Los políticos son iguales en todas partes. Prometen construir un puente incluso donde no hay río”
Los políticos son prestidigitadores -expertos o torpes- de la realidad; viven haciendo malabarismos con la verdad y la mentira para mantener su status, basado en chupar del bote con el menor esfuerzo posible, unos; o reventando todo lo que les rodea -otros- con tal de conservar poder y privilegios exclusivos, que les permiten abusar, amasar prebendas y corromper desde su condición elitista. Para Maurice Barrés, en Mes cahiers (1923), “el político es un acróbata, que mantiene el equilibrio diciendo lo contrario de lo que hace”; una fórmula exquisita de falsedad e inmoralidad. La mentira es el condimento sin el cual la política carece de sabor. Walter Savage Landon, en sus Imaginary Conversations de 1853 (con Galileo, Milton y un dominicano), argumenta que “en una discusión civilizada, la verdad siempre prevalece; en política, siempre prevalece la falsedad”. El propio Nikita Khrushchev, comentaba a los reporteros de Nueva York en octubre de 1960: “Los políticos son iguales en todas partes. Prometen construir un puente incluso donde no hay río”.
Franklin P. Adams fue quien dijo que “hay muchos políticos que creen, con una convicción basada en la experiencia, que se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Refiriéndose a la mentira, Finley Peter Dunne pone en boca de Mr. Dooley: “Algunas cosas que hoy me parecen mentiras, el año presidencial me parecerán correctas”. También dice que “un hombre debe ser honesto desde el principio y después debe ser astuto. Un político que sólo es honesto es lo mismo que estar en una tormenta de invierno sin ropa”. El ilustre George Orwell es categórico en Shooting an Elephant (1950): “El lenguaje político -aplicado sin variación a todos los partidos políticos, desde los conservadores hasta los anarquistas- está diseñado para hacer que las mentiras suenen como verdaderas y el asesinato resulte algo respetable, y para dar una apariencia de solidez a lo que solo es viento”. Orwell insiste: “En nuestra época, el discurso y la escritura de los políticos son en gran medida la defensa de lo indefendible”.
«Los políticos son una especie hematofágica, especializada en chupar la sangre de sus víctimas, como algunos insectos (mosquitos, chinches, pulgas, moscas tse-tse), arácnidos (garrapatas), anélidos (sanguijuelas) y mamíferos hematófagos (murciélagos vampiros)»
Como toda actividad humana, la política está infestada de toxicidad implícita, de dudosa moralidad. En política hay tantas aberraciones como partidos y hay tantas maldades como personas, sin excluir islas de honradez en entornos muy singulares. En su tratado sobre Educación, Henry Adams establece que “el conocimiento de la naturaleza humana es el principio y el fin de la educación política”.
La egolatría es uno de los ingredientes esenciales de la política vulgar e ignorante. Eurípides ya clamaba en Hecuba (425 a.C.): “Ahórrame la visión de esta raza ingrata, estos políticos que se encogen por el favor de una multitud ruidosa y no les importa el daño que le hacen a sus amigos, siempre que puedan complacer a una multitud”. La cobardía es otra crema lubricante inevitable en ciertas partes de todo político expuesto. El actor irlandés Richard Harris figura en los Annals of Legislation del The New Yorker del 14 de diciembre de 1968 con la sentencia: “Probablemente la característica más distintiva del político exitoso es la cobardía selectiva”.
Los políticos son una especie hematofágica, especializada en chupar la sangre de sus víctimas, como algunos insectos (mosquitos, chinches, pulgas, moscas tse-tse), arácnidos (garrapatas), anélidos (sanguijuelas) y mamíferos hematófagos (murciélagos vampiros). En su Autobiografía, de 1949, el humorista Will Rogers, conocido como «el hijo favorito de Oklahoma», escribía: “Un lobista es una persona que se supone que debe ayudar a un político a tomar una decisión, no solo auxiliándolo sino también pagándole por el servicio”.
En política -y en la vida cotidiana- la hipocresía es prima hermana de la mentira y el engaño. En una conferencia de Robert Green Ingersoll, líder político y orador de Estados Unidos durante la Edad de Oro del librepensamiento, recordado por su gran cultura y su defensa del agnosticismo, el 13 de diciembre de 1886 decía: “La mayor superstición que hoy día mantienen los hombres públicos es que la hipocresía es el camino real al éxito”.
“Los políticos democráticos exitosos son hombres inseguros e intimidados. Avanzan sólo cuando consiguen apaciguar, sobornar, seducir, embaucar o manipular de cualquier otra forma a los elementos exigentes y amenazadores de sus electores”
En política se usa la perversión aritmética como técnica de delusión democrática. Un escaño da una mayoría, que el pueblo nunca quiso; y por siete escaños -comprados fraudulentamente- se regala un país. En The New York Times del 12 de Junio de 1968, James Reston jugaba con los números: “Toda la política se basa en la indiferencia de la mayoría”. Al final, son las minorías las que imponen mayorías anti-democráticas disfrazadas de legitimidad.
El trastero de la política es un cubículo psicológico para el archivo de odios y enemistades. Henry Adams decía que “la política, como práctica, cualquiera que sea su profesión, siempre ha sido la organización sistemática de odios”. El político, apostado en cualquier ala, en términos de beligerancia y encabronamiento colectivo, se apunta a la fórmula belicista de Mao, donde el éxito no radica en un mejor argumento, satisfactorio para el votante, sino en matar al contrario.
En A Preface to Politics, publicado en 1914, Walter Lippmann postula: “Llega un momento en que incluso el reformista se ve obligado a enfrentarse a la sospecha bastante extendida del hombre medio de que la política es una exhibición con mucho ruido y pocas nueces”. “Los políticos tienden a vivir según su personaje y muchas figuras públicas han llegado a imitar el periodismo que los describe”. “El hombre que plantea cuestiones nuevas siempre ha sido desagradable para los políticos porque desordena lo que había sido falsamente ordenado”; y sacude la silla donde reposan las almorranas de la comodidad que se inflaman en los bajos de cualquier farsante. En The Public Phylosophy (1955), Lippman escarba: “Los políticos democráticos exitosos son hombres inseguros e intimidados. Avanzan políticamente sólo cuando consiguen apaciguar, sobornar, seducir, embaucar o manipular de cualquier otra forma a los elementos exigentes y amenazadores de sus electores”.
Llama la atención, a pesar de la distancia, -por su carga de actualidad- el comentario de Bertrand Russell en New Hopes for a Changing World (1951): “Nuestras grandes democracias todavía tienden a pensar que un hombre estúpido tiene más probabilidades de ser honesto que un hombre inteligente, y nuestros políticos se aprovechan de este prejuicio pretendiendo ser incluso más estúpidos de lo que la naturaleza los hizo”.
Según George Jean Nathan, “la política es la diversión de hombres triviales que, cuando tienen éxito en ella, se vuelven importantes a los ojos de hombres más triviales”. De ser así, habría que dar crédito a Joseph-Marie de Maistre, a quien se atribuye aquello de que “cada país tiene el gobierno que se merece”.
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