24 noviembre, 2024
Manuel Iglesias quería tener su propio automóvil, pero un sueldo como empleado del ferrocarril no le permitía semejante lujo. El acceso a los vehículos a principios del 1900 en Buenos Aires era exclusivo para las altas esferas sociales y casi imposible para la economía de la clase obrera. Entonces, en su tiempo libre, decidió construir uno él mismo. Inventarlo; en aquella época lo llamaron el “Mataperros”. Hoy en día es reconocido como el primer automóvil totalmente diseñado y fabricado en Argentina con componentes nacionales.
Inmigrante gallego nacido en enero de 1870 en Vila de Cruces, Pontevedra, hijo de José y Josefa, Manuel llegó a nuestro país a los 14 años. Pronto comenzó a trabajar en una estancia en la localidad de San Isidro y luego, gracias a una carta de recomendación escrita por su padre, consiguió albergue en la casa de una familia amiga en General San Martín, ambas localidades en el norte del conurbano bonaerense. Allí es donde aprende el oficio de carpintero con mucha destreza y velocidad. En 1889 se incorporó definitivamente a los talleres del Ferrocarril Argentino.
En el Departamento de Ingeniería de los talleres ferroviarios, gracias a su gran curiosidad y facilidad de aprendizaje, comenzó a relacionarse con la tecnología más moderna de entonces: la máquina de vapor en materia de propulsión. Completó su formación con libros de física y mecánica y estimulado por la habitual lectura de textos sobre autos y aviones en la revista Caras y Caretas, lo primero que construyó fue un torno a pedal para fabricar los muebles de su casa. Su espíritu inventor lo llevó luego a comprar un motor a explosión para comenzar a hacer nuevos experimentos, que serían el origen del futuro hito argentino.
Casado con una italiana de Rávena con quien tuvo 12 hijos, por expreso pedido de la empresa de ferrocarriles, fue trasladado a la ciudad de Campana, 80 kilómetros al norte de la Capital, para ingresar al Departamento de Autos y Vagones. En 1903, primero en su lugar de trabajo y después en el taller de su casa sobre la calle Colón, comenzó a diseñar su obra máxima. Con el torno que había fabricado y herramientas caseras, luego de muchos errores y modificaciones, le dió forma desde cero a cada pieza a una máquina sin precedentes en el país. Y tras cuatro años de arduo trabajo e investigaciones, terminó por completar la hazaña de la fabricación del automóvil con muy poco dinero y puro ingenio.
El 20 de noviembre de 1907, para festejar el cumpleaños de su esposa María, finalmente salió a la calle el primer vehículo íntegramente argentino. Para poder sacarlo desde el taller de la casa, según la leyenda, dicen que tuvieron que tirar abajo una pared. En su viaje de bautismo, el creador gallego condujo por el boulevard de tierra, recorriendo el centro de la ciudad de Campana ante la incrédula mirada de todo un pueblo que nunca había visto nada parecido: la aparición de la máquina provocó una profunda admiración, pero temor al mismo tiempo.
Absolutamente hecho a mano, el extraño aparato que alcanzaba los increíbles 12 kilómetros por hora de velocidad final despertaba miedo en los vecinos porque los niños del barrio, fascinados por la novedad, se colgaban del automóvil generando roturas. Manuel Iglesias manejaba con miedo de atropellar a alguien, mientras los caballos se espantaban galopando hacia los campos y decenas de perros ladraban siguiendo cada metro de su recorrido: el apodo de “Mataperros” nació allí, por el peligro de que alguno de ellos cayera bajo sus ruedas.
La reliquia, construida de manera artesanal excepto la bujía y el magneto, tenía un diseño muy simple, con capacidad para dos personas sobre un chasis rectangular, con un eje rígido que incorporaba la dirección y el diferencial trasero. El motor era monocilíndrico de casi dos litros y arrancaba por manivela. Carecía de acelerador, manteniendo las revoluciones siempre en 400. Su habilidad como carpintero también se vió reflejada en el asiento del conductor, que incluía un baúl y en las ruedas con rayos de madera y llantas de hierro sin cubiertas.
Mientras el histórico Ford T comenzaba su fabricación en serie a nivel mundial, Manuel Iglesias demostró que nunca tuvo intenciones de producir masivamente su invención. Para el gallego era solo un gusto personal que se había dado el lujo de construir; quedó demostrado cuando pronto le sacó el motor para fabricar una sierra para cortar árboles o hacer funcionar una bomba extractora de agua. Al tiempo, el prototipo quedó abandonado en el gallinero de su casa en la ciudad de Campana.
La familia pronto se mudó a la localidad de San Martín, precisamente al barrio de Villa Ballester, donde se desarmó el vehículo en su totalidad, pero afortunadamente, conservando varias de sus piezas fundamentales. Con el paso del tiempo la historia del «Mataperros» se fue convirtiendo en una especie de leyenda urbana. ¿Era posible que un emigrante gallego, prácticamente por diversión, haya diseñado y construido el primer automóvil de la República Argentina en su propia casa?.
Pero varios años después, el mito se convirtió en realidad: sorprendiendo a todos, el histórico vehículo fue recuperado por el hijo del constructor, que lo rearmó, puso nuevamente en marcha e inició gestiones para lograr su reconocimiento oficial. Y tras conseguir documentación, registros y testimonios de testigos de la época, se confirmó su autenticidad. Finalmente en 1973 fue reconstruido por completo, mereciendo múltiples reconocimientos, al punto de que en su honor se instaló el último domingo de noviembre como el «Día del Automóvil Argentino».
Las características del bólido pionero en Sudamérica fascinaron a presidentes como Carlos Menem, Lula da Silva o Hugo Chávez. Aunque el gallego Don Manuel Iglesias falleció sin saber la trascendencia de su obra, actualmente el primer automóvil argentino puede ser apreciado en el museo que lleva su nombre, donde es exhibido en forma permanente. Y dos réplicas, una ubicada en la ciudad de Campana y otra en Vila de Cruces, su pueblo natal en Pontevedra, hermanan ambas localidades cruzando el océano.
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