2 febrero, 2025
Aunque la asesinaron por la espalda hace 150 años, los vecinos aseguran que su figura sigue apareciendo en la puerta del templo que sus padres construyeron en el corazón del barrio de Barracas, en Buenos Aires, para homenajearla. La ven llorando, siempre de blanco; algunos dicen que lleva un vestido de novia y otros directamente juran que es la misma mortaja con la que fue enterrada la noche de la tragedia. Decenas de gatos y campanas que suenan solas la acompañan cuando decide mostrarse, casi siempre al atardecer. Víctima del desamor, la historia de vida de Felicitas Guerrero se convirtió en una de las leyendas más representativas de Argentina, que ha inspirado decenas de libros y películas.
Su padre Carlos Guerrero había nacido en A Coruña en 1818 y junto a su familia se mudó a Málaga por trabajo: desde allí llegaron al país en 1832. De muy buena posición económica, el objetivo del clan era crear una empresa de transporte naval para abarcar la mayor parte posible del intercambio de mercaderías entre España y el sur de América. El proyecto alcanzó un éxito inmediato y pronto el joven Carlos, destacándose por su profesionalismo, quedó a cargo de la compañía naviera. Poco tiempo después conoció a Felicitas Cueto y Montes de Oca, miembro de una de las familias más acaudaladas de la sociedad porteña de entonces y dueña de grandes tiendas de ropa traída especialmente de Europa.
Carlos y Felicitas se casaron en la iglesia de San Ignacio en enero de 1845 y tuvieron 11 hijos. Un año después de la boda nació la primogénita Felicia Antonia Guadalupe Guerrero Cueto, protagonista de esta historia y apodada cariñosamente Felicitas, como su madre. Además de su pasión por el arte y la música, desde pequeña deslumbró por su belleza: Carlos Guido Spano, un afamado poeta argentino cultor del romanticismo, luego llegó a considerarla como “la mujer más hermosa de la República”. Mientras tanto, ampliando sus horizontes comerciales, su padre incursionó en el rubro rural introduciendo las primeras vacas de raza; en esas tareas es donde conoce y se hace íntimo amigo de Martín Gregorio de Álzaga Pérez.
Juntos comienzan a concurrir a tertulias donde se relacionan ambas familias. Martín de Alzaga, uno de los hacendados más ricos del país y dueño de enormes estancias en varias provincias, no tardó en quedar flechado por el encanto de Felicitas y le pidió su mano al padre. Carlos, que era muy estricto y buscaba “lo mejor” para su hija, aceptó: en esa época las mujeres no tenían poder de decisión sobre con quien contraer matrimonio. Felicitas se negó una y otra vez a la boda, pero pese a su ferviente oposición ganó la postura paterna y finalmente se casaron se casaron el 2 de junio de 1864. Don Martín tenía por entonces 50 años y Felicitas, solo 18.
Felicitas a los 18 años, obligada a casarse por conveniencia familiar
Pero aunque el enlace había sido por obligación, la atención y el cuidado brindado por el marido se reflejaron en una relación que terminó siendo de cariño y respeto mutuo. Según cuentan, Felicitas jamás llegó a amarlo pero lo valoraba mucho como hombre hasta que se enteró que Martín ya tenía cuatro hijos de una relación anterior durante su exilio en Brasil. La bella Guerrero no conocía el pasado de su amante, pero su padre, cómplice del amigo, lo supo desde antes que se casaran y aún así lo mantuvo oculto hasta forzar el matrimonio. El casamiento por obligación con un hombre mayor al que no amaba y escondía a sus propios descendientes iba a ser el primer golpe que iba a atravesar Felicitas. El quiebre de la confianza en la relación sería solo el comienzo de una sucesión de tragedias.
El nacimiento en 1866 de Felix, su primer hijo, iba a traer alegría a la familia y algo de paz a la pareja, pero la angustia de nuevo se hizo presente en sus vidas cuando el niño enfermó gravemente de fiebre amarilla y falleció con solo 3 años de vida. Para entonces, Felicitas estaba embarazada de 4 meses de su segundo hijo, que al momento del parto nació muerto “por causas naturales” según consta en su certificado de inhumación. Trás sufrir ambas pérdidas, Don Martín ingresa en un profundo cuadro de depresión, su salud se deteriora al negarse a los tratamientos médicos y entregado al destino fatal, fallece encerrado solo en su habitación apenas 15 días después, el 17 de marzo de 1870.
En menos de 6 meses Felicitas había padecido la muerte de sus dos pequeños hijos y la de su marido. Con solo 24 años quedaba viuda y se convertía en la única heredera de la fortuna descomunal que poseía su marido: propiedades, campos y empresas en todo el país, además de varios millones en efectivo. Después del tiempo de estricto luto acostumbrado, Felicitas lentamente volvió a la vida social y a concurrir con frecuencia a los salones de Buenos Aires. Ahora a su eterna belleza se le sumaba un refinado estilo de educación producto de la convivencia con Martín, sus expresiones de arte y por supuesto, la incalculable herencia. De esta manera, “la mujer más hermosa de Argentina” empezó a ser deseada por una multitud de hombres.
Entre aquellos que se sentían perdidamente enamorados de Felicitas se encontraba Enrique Ocampo, también integrante de una familia de renombre, que iba a verla constantemente para intentar consolidar una relación: era gentil y se creía con más derechos, pero la bella se negaba al compromiso mientras intentaba mantener su amistad. Para esa misma época, recorriendo los campos de la estancia “La Postrera”, de su difunto esposo para realizar mejoras los sorprendió una tormenta nocturna que hizo que el carruaje perdiera el rumbo. El jinete que se acercó a ayudarla era Samuel Sáenz Valiente, un joven elegante que también tenía terrenos en esa zona: puso su poncho en el piso para que al bajar no se embarrara y le dijo “Mi estancia es la suya”. Allí se refugiaron de la lluvia y nació otro amor que iba a marcar definitivamente su vida.
La casa del crimen y detrás, la iglesia construida en su honor
Al enterarse Ocampo, celoso y furioso, se convirtió en su sombra y comenzó a perseguirla y amenazarla. “Serás mía o de nadie” o “Te daré una y mil veces la muerte”, le confesó varias veces. Amenazas que luego iban a concretarse cuando Felicitas volvió a su mansión luego de hacer compras para la fiesta de inauguración de un puente sobre el río Salado. A su llegada le avisaron que Enrique Ocampo la estaba esperando; ella envió a su amiga Albina Cáceres a decirle que no lo quería ver, pero el futuro asesino insistió en hablar a solas y personalmente con la señorita. Felicitas aceptó la charla para cerrar definitivamente la historia y confirmarle un futuro casamiento con Samuel Sáenz Valiente para que dejara de buscarla. Y aunque varios familiares quisieron estar presentes, ella se negó.
Se dirigieron a la sala mientras todos los parientes se quedaron detrás de la puerta escuchando la conversación. Los oyeron discutir, mientras Ocampo le exigía que no viese nunca más a Samuel. Ella le gritó que esta vez iba a casarse con quien realmente amaba, que su decisión ya estaba tomada y lo echó de la casa. Enrique Ocampo enloqueció, sacó un revólver y le apuntó: Felicitas al huir corriendo enganchó su largo vestido blanco en un mueble y cayó al piso. Al levantarse tras el golpe, quedó de espaldas y se escuchó un tiro; Enrique le había disparado en el omoplato derecho a su enamorada, que gritaba nuevamente en el suelo. Al oír el balazo y la queja de dolor de Felicitas, los familiares ingresan de inmediato a la habitación.
En la sala encontraron a la hermosa mujer en un charco de sangre. Su prometido Sáenz Valiente la abrazó mientras ella se desvanecía y se escuchaban otros estruendos: el asesino también le disparó a Cristian (el primo de la víctima) sin acertar y tras un forcejeo, el arma de fuego quedó en manos del familiar. Cristian no dudó; luego de tomar el arma de fuego se la introdujo en la boca y apretó el gatillo. Pocos segundos después lo remató de otro balazo, esta vez en el pecho y pronto llamaron al médico. A Ocampo lo suben a un carruaje pero fallece camino al hospital y Felicitas no iba a tener mejor suerte; el disparo había afectado sus pulmones y después de agonizar toda la noche en su cama, muere a la mañana siguiente, el 30 de enero de 1872.
La investigación de la muerte de Ocapo estuvo plagada de contradicciones y misterios, muy probablemente por la influencia de las familias Alzaga y Guerrero en la sociedad argentina de entonces. En la causa a cargo del doctor Ángel Carranza, primero se perdieron los expedientes por completo y finalmente se cerró se cerró caratulada como suicidio, aunque el cuerpo de Ocampo tuviera un disparo en la boca y otro en el pecho. Felicitas fue velada rodeada de afecto y estupor en la casa familiar del barrio de Barracas y enterrada en el Cementerio de la Recoleta, donde casualmente en la entrada a la necrópolis se cruzaron ambos cortejos fúnebres en los que hubo enfrentamientos a golpe de puño y pedradas.
El arma con la que asesinaron a Felicitas Guerrero
Destrozados por el dolor sus padres construyeron, en el punto exacto donde murió “la mujer más hermosa”, un templo en su homenaje. Abierto al público 4 años después de su muerte, en enero de 1876, lo pusieron bajo la advocación de Santa Felicitas, mártir del siglo IV asesinada con sus siete hijos en Roma. Dicha iglesia tiene varias características que la hacen especial: actualmente es la única que pertenece al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la última del estilo gótico alemán que permanece intacta en todo el planeta. Además, contiene estatuas de mármol de figuras terrenales no religiosas; conserva una estatua de Felicitas junto a su difunto hijo Félix y otra de su esposo Martín. Actualmente frente al templo, en el lugar donde estaban los jardines del caserón, se ubica la pintoresca plaza Colombia.
La leyenda surgió cuando su futuro marido Samuel Sáenz Valiente, luego de casarse con Dolores Justa de Urquiza, tuvo 4 hijos y terminó suicidandose por un engaño amoroso. Siguió creciendo con los comentarios de los vecinos que escuchaban ruidos en la iglesia al atardecer cuando apenas se cerraba a los visitantes y se divulgó ampliamente con las versiones de su aparición siempre vestida de blanco. Por eso, cada 30 de enero, al conmemorarse un nuevo aniversario de su fallecimiento, muchas mujeres mantienen el particular rito de atar un pañuelo blanco a la reja de la iglesia: si aparece mojado es por las lágrimas del llanto de Felicitas. Otras personas prefieren directamente tocar las paredes y pedir por la concreción de un noviazgo o la vuelta de un amor perdido, jurando que el pedido funciona a la perfección.
El rumor que se mantiene con fuerza es que su cuerpo no está en el Cementerio de la Recoleta sino que se mantuvo siempre enterrado en el lugar donde falleció y donde aún se mantiene erguida pero algo descuidada la iglesia de Santa Felicitas. Y quienes creen en ello se aferran, además de las veces en que decide mostrarse, a las campanas que suenan cuando nadie las toca y curiosamente, a la gran cantidad de gatos que se acercan cuando alguien se detiene frente a la plaza, fijando silenciosamente la mirada en cada persona, como cuidando algo que los humanos no tenemos la capacidad de podemos ver.
Más allá del mito, esta es la historia de una de las miles mujeres sin voz y con un destino marcado desde el nacimiento, en que las pocas veces que tuvieron la posibilidad de exponer sus reclamos no fueron escuchadas ni atendidas. Cientos de años de opresión de un sistema que las ha considerado solamente una propiedad destinada a satisfacer los deseos masculinos o el cuidado de sus hijos. Tal vez por eso Felicitas, la Dama de Blanco, se empeña en regresar habitualmente al lugar de su último gran sueño incumplido, para fortalecer desde su alma en pena el corazón de otras víctimas de la injusticia y el desamor.
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