2 febrero, 2025
Uno de los géneros literarios más atractivos que existe es, sin lugar a dudas, el que trata del crimen. El lector medio que no tiene ataduras específicas, suele considerarlo como una suerte de relax, a modo de elemento equilibrante entre modos o estilos más complejos. Y, de hecho, es el que, a lo largo de la Historia, ha sido el más visitado. Miren, a modo de ejemplo luminoso, el caso de Agatha Christie. Muchos de nosotros hemos crecido a su sombra. Bueno, y a la de Poe, y a la de Conan Doyle, y a la de Chesterton, y a la de S.S. Van Dine, y, por supuesto, a la de Ernesto Teodoro Amadeo Hoffmann…
La intriga, o bien la investigación criminal, ha mantenido su frescura siempre. En toda época ha habido uno o más narradores que han sabido perpetuar el proceso. Quiero decir que, en un momento en que ya todo parecía inventado, surgían, como volcanes en erupción, elementos revolucionarios como Dashiell Hammett o Raymond Chandler. Y, cuando ya se creía que cualquier otra posibilidad estaba vedada a lo viable, surgía ese monstruo llamado James Ellroy…
Por lo que respecta a esta área geográfica, la península ibérica ha dado magníficos frutos siempre. Y en la actualidad, se han consolidado autores magníficos que han aportado mucho a esta especie tan oscura. Y dándole, además, tintes propios y la mar de atractivos en cada caso. Ahora mismo pienso en dos fundamentales: en Lorenzo Silva, haciendo investigadores a una curiosísima pareja de guardias civiles, y en Dolores Redondo, ofreciendo un escenario que nos hace retrotraernos a los infiernos descritos maravillosamente por don Julio Caro Baroja en “Las brujas y su mundo”. Y pienso, además, en otros dos elementos que han aportado las sensaciones más extremas (más bestias, quiero decir) a toda la parafernalia. Uno, peninsular, para más señas vallisoletano, César Pérez Gellida, del que se ha dicho de todo, entre otras muchas cosas que lo suyo no es policial, no. Que es, simplemente, gellidismo… Y otro, nuestro vecino francés Pierre Lemaitre. El parisino, que ya ha obtenido todos los premios posibles, incluidos el Goncourt, el Cognac o el Crime Dagger, es capaz de sintetizar, aglomerados (me lo contó aquí, en el Instituto Rosalía, en cierta ocasión), los espíritus de Althusser, Dumas, Proust, George Sand, Javier Marías o Shakespeare, en una ocasión concreta como fue el caso de “Irène”.
Hoy comentaremos, brevemente, la última joya que ha llegado a nuestras manos. Se trata de Los crímenes del caviar, de la formidable Reyes Calderón, que ha aparecido ahora mismo en Planeta.
Portada de ‘Los crímenes del caviar’.
He aquí una novela de algo menos de 500 páginas que se lee, casi irremediablemente, de un tirón. ¿Por qué? Porque es grandiosa ya desde su planteamiento, porque está escrita con una finura enormemente elogiable, porque irradia interés en general, porque toca prácticamente todos los temas más candentes que podamos tener en mente cualquiera de nosotros, porque sus escenarios son atractivísimos, porque no descarta poner a caldo a quien lo merece… Es decir: todas las claves posibles para ser absolutamente adictiva…
El protagonista es Juan Iturri, un comandante de la Interpol residente en Lyon, a donde ha ido a parar tras muchos años ejerciendo en España, dentro de la policía judicial. No es que lo hayan destinado allí. Simplemente se ha largado para evitar males mayores. ¿Por qué? Pues porque está profundamente enamorado de la jueza, en este momento ejerciente en el Tribunal Supremo, Dolores McHor (un personaje que los lectores de Reyes conocen de sobra). Y Lola está felizmente casada con el ilustre doctor Jaime Garache. A pesar de lo cual, ha habido a lo largo del tiempo entre ella e Iturri una serie de tanteos (inefectivos) sentimentales y, desde luego, una firme amistad que podría peligrar si el comandante no deserta a tiempo…
Justo cuando nuestro hombre está a punto de coger sus vacaciones (tiene ya alquilada una cabaña en A Fonsagrada, dicho sea de paso), le cae el marrón del siglo: sus superiores lo emplazan en la joya sagrada de la gastronomía lyonesa, Mère Brazier… Y no. No es un regalo de despedida de vacaciones. Es una orden estricta y nadie quiere asumirla. Tiene que encontrarse con dos personajes muy poderosos que le van a plantear la investigación de un crimen múltiple, seis personas, que ha ocurrido en Sotogrande, una urbanización gaditana de superlujo.
Esos dos personajes son la mar de curiosos: Igor Zánel, un alto eclesiástico con maneras de mafioso (que le caerá a Iturri como una patada en el paladar), que resultará ser el coordinador de la Fundación Lammet, una agrupación religiosa muy influyente y profundamente elitista, y un miembro de la familia real saudí, Al Waleed bin Aziz al Saud. La historia es harto compleja: han muerto en una comida de altura (luego comprobará que toda esa gente constituían el llamado Club del Caviar, ya que su plato estrella era el Beluga), y uno de ellos era el cardenal Ochavarría, que tenía todos los puntos para ser el próximo papa; otro, un hermano del saudí; un matrimonio que poseía una gigantesca industria farmacéutica, un empresario acaudalado y famoso… y, lo que más extraña a Iturri: el doctor Garache, el marido de Lola McHor…
Prefiero no adelantar nada más, por pánico al spoiler… Pero les insisto en que no se van a creer en qué acaba todo esto.
Lo dicho: adictivo… y muy, muy grande…
Alerta