
29 marzo, 2025
Soy asturiano de nacimiento y madrileño de formación; llevo treinta años destinado en esta querida terra galega. Un presidente del Tribunal Superior solía advertir a los jueces que llegaban de fuera: “Galicia puede ser tierra meiga… si la sabéis comprender”. Al principio, esa afirmación me resultaba inquietante, pero con el tiempo y la observación, creo que ahora lo comprendo todo.
No en vano, he pasado dieciocho años como magistrado en Ferrol, diez en A Coruña y dos en Santiago de Compostela. Se me disculpará si, tras esa larga permanencia, aflora en mí, de cuando en vez, algún reflejo ferrolano; es algo involuntario, sencillamente, no lo puedo evitar. Pero en el orden de los afectos, me declaro muy compostelano, incluso después de una estancia comparativamente breve. En este caso, el afecto guarda relación directa con el trato que siempre he recibido en Santiago.
Como pretendo ser una persona agradecida, un día quise rendir un pequeño homenaje sentimental a esta ciudad. Hoy contaré cómo.
Servir en la Administración de Justicia, especialmente en la jurisdicción penal, implica sumergirse en un mundo perturbador y oscuro; basta con leer los hechos probados de las sentencias. Siempre me ha llamado la atención que la mayoría de los ciudadanos madrugamos, trabajamos, cuidamos de nuestras familias, amamos nuestra tierra y nuestro país, y disfrutamos de la compañía de nuestros amigos siempre que es posible; somos españoles y, en esto último, distintos a otros europeos.
Pero estas conductas, que para mí son claramente prosociales, no están arraigadas en todos. De ahí la necesidad de la policía y los tribunales: no todo el mundo actúa conforme a las normas de convivencia.
No me refiero a quien comete un error o dos; todos podemos tropezar con la misma piedra (esa piedra además no para de crecer, cada año se inventan nuevos delitos; o tratamos al código penal con algún fármaco adelgazante o no sabemos a dónde llegará esto) y todos merecemos una segunda oportunidad, porque somos humanos. Pero hay personas que reinciden una y otra vez en el delito. Aunque la tarea de detenerlos y juzgarlos no sea agradable, algo habrá que hacer para protegernos.
En los juzgados, utilizamos para ellos expresiones como delincuente encallecido, larga trayectoria criminal, progresión delictiva, reincidencia, multirreincidencia o habitualidad delictiva. Incluso un compañero, con buen sentido del humor, solía referirse a esos delincuentes con decenas de condenas como catedrático en robos o doctor honoris causa en drogas, provocando en ocasiones el sonrojo del aludido.
Sin embargo, todas estas fórmulas me parecían insuficientes en su fuerza descriptiva, así que empecé a utilizar una expresión alternativa: modus vivendi, para definir la forma de vida de quienes han hecho del delito su existencia. No me cabe duda de que el narcotráfico y el blanqueo de capitales constituyen un modus vivendi característico, especialmente en Galicia o en la frontera sur de Andalucía. La corrupción y el cohecho, en todas sus manifestaciones, también lo son, y resultan particularmente dañinos. Por supuesto, ciertos delitos patrimoniales, la okupación e incluso la violencia sobre la mujer, pueden llegar a configurar un estado delictivo casi permanente.
Lamentablemente, me vi obligado a plasmar esta realidad en no pocas resoluciones, tanto como juez instructor como sentenciador. Con el tiempo, empecé a ver informes policiales que utilizaban la misma expresión para describir realidades delictivas insoslayables. Como los jueces no tenemos propiedad intelectual sobre nuestras resoluciones, la verdad es que no me molestó en absoluto.
Lo curioso es que el término modus vivendi me vino a la cabeza por pura serendipia, disfrutando de la hospitalidad compostelana en uno de mis locales favoritos de la ciudad: el Modus Vivendi, en la plaza de Feijoo. En aquellos días lejanos, ni siquiera sospechaba que la fortuna y el BOE me destinarían profesionalmente a Santiago.
Los jueces no solemos permitirnos el lujo de ser sentimentales, pero quise, ya entonces, rendir mi modesto tributo personal a esta ciudad y a tantos ciudadanos que hacen de la honradez y el respeto a las normas su verdadera forma de vida y regla de conducta.
Llevo toda la vida a su servicio y creo que se merecen nuestro esfuerzo y compromiso.
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