7 noviembre, 2024
En la aciaga noche de la jornada de reflexión de las generales del 14 de marzo de 2004 Pérez Rubalcaba pronunciaría unas premonitorias palabras que, andando el tiempo, habrían de figurar en el frontispicio de los ataques de la oposición al PSOE por el reiterado incumplimiento de lo que el plenipotenciario miembro del socialismo patrio había sentenciado: “Los españoles se merecen un Gobierno que les mienta, que no les diga siempre la verdad”.
Cierto que la frase escondía una indisimulada enjundia no exenta de consciente provocación, como se constató a los pocos minutos con los ataques a las sedes del Partido Popular. Entre otras razones, porque a la hora en que fue pronunciada el propio catedrático de Química e investigador de prestigio sabía que faltaban elementos sustanciales para poder asegurar tan categóricamente el pretendido intento de mentir por parte del Gobierno Aznar. Pero así se escribe la historia. En Compostela, por cierto, con las desaforadas voces ante la sede popular de distinguidos militantes socialistas que a los pocos meses serían situados a dedo en puesto políticos de relieve por la Xunta del PP. Aún quedan fotos que lo constatan. Pero así siguen de despistados
Desde entonces aquí, la reiteración de la mentira es moneda de uso común en las prácticas del Gobierno Sánchez. Tantas son y sobre tantos temas que configuran ya una parte esencial de la particular forma de hacer política de quien nos gobierna.
Una de esas variantes, que tan buenos resultados acaba de dar a Trump como se constata con su reelección, se asienta en la conveniencia de la victimización propia, por lo civil o lo criminal, es decir con mentiras y cuantas más artimañas o manipulaciones sean precisas. Que para eso están los que Nicolás Redondo califica como periódicos orgánicos -al servicio de régimen sanchista, claro- y Carlos Herrera conoce como el equipo de opinión sincronizada.
El último de los ejemplos lo acaba de dar Sánchez en la aciaga visita hecha a la localidad de Paiporta acompañando a los Reyes. En un vano intento de justificar su cobarde huida de la comitiva, se inventó el bulo de una pretendida agresión con un palo -de escoba- y que alguna televisión llegó a calificar de barra de metal. Para adornar la aviesa intención de lo que no era más que un pueblo lógicamente indignado, cargó la autoría de las protestas en “grupos ultras perfectamente organizados”.
Si difícil era que los pretendidos grupos de ultraderecha tuvieran el don de la premonición para organizarse ante una visita hecha pública escasos minutos antes de producirse, lo que las televisiones todas del país desmentían con su visualización era la propia agresión al presidente, que sí sufrió en la espalda uno de sus escoltas, como también otro escolta que acompañaba a la reina Letizia y que permaneció impertérrito en su lugar de trabajo, con la sangrante brecha en la frente.
Sin embargo, el Loro Park habitual, esa concatenación de miembros del Consejo de Ministros repitiendo cada mañana los argumentarios que salen de la Moncloa, insistían una y otra vez en la supuesta agresión. Afirmación ratificada por el propio titular de Interior, Marlaska, quien por cargo, sino por competencia, mejor debiera saber la verdad.
Como la mentira, dice uno de nuestros refranes, tiene las patas cortas. Ahora sabemos que ninguno de los tres detenidos hasta el momento por los incidentes de ese día tiene connotación alguna con grupos de ultraderecha. Al contrario, se trata de voluntarios entregados a la solidaria causa de ayudar a sus convecinos. Uno de ellos, al menos, con tres días seguidos de trabajo ininterrumpido cuando se produjeron los incidentes.
Pero es que, a mayor abundamiento, es ahora la propia Guardia Civil quien en el primero de sus informes entregados en el Juzgado de Instrucción número 3 de Torrent que instruye las diligencias de lo acontecido ni habla de la aludida agresión al presidente Sánchez ni, menos aún, alude a algún grupo organizado con que el presidente y su Loro Park habitual quisieron engañar a la ciudadanía con el propósito de disimular su injustificable cobardía.
Así que dejemos que el fango de la cobardía, la irresponsabilidad y la mentira siga escalando por los muros de La Moncloa ¿hasta que se torne irrespirable?.
Alerta