
9 octubre, 2024
Desde que Sánchez accediera a la presidencia del Gobierno a través de una moción de censura fundamentada en una triquiñuela jurídica deslizada por un juez de parte sobre la corrupción del PP en uno de los considerandos, y que el Supremo rechazó posteriormente ratificándose así la enorme manipulación sobre la que se asentó la llegada al poder del actual presidente del Gobierno, nadie con un mínimo de conciencia crítica en este país pudiera pensar que cuanto vino después se incardinaba en la lógica de la alternancia política con que las democracias cuidan de su propia supervivencia.
Más aún, desde entonces hasta hoy cuantas decisiones tienen que ver con el Ejecutivo de Sánchez no son sino atrabiliarias formas de gobernar asentadas en la permanente contradicción, falta de coherencia, la añagaza y hasta la continuada búsqueda de engañar a incautos con la almoneda de la democracia como intercambio para asegurarse la continuidad en el poder. Los sabemos aquí y nos lo repiten sensatos medios foráneos de las más variadas tendencias. Aunque en la bien engrasada máquina del filo-sanchismo el fanatismo haya enterrado el más mínimo vestigio de razón.
Es decir, Sánchez y su Gobierno son de lo más previsible justamente en su imprevisibilidad, a la hora del cambio de opinión, de hacer y deshacer a su antojo, de modo que ningún acuerdo sustentado en la volubilidad de un carácter que hace tabla rasa de los conceptos morales tiene visos de perpetuidad más allá del cambio de viento en la veleta cercana. Y esto lo sabe hasta el porquero de Agamenón.
Previsible es, asimismo, Bildu en su más que publicitada decisión de apoyar a Sánchez a cambio de sacar a los presos de ETA de la cárcel, por lo civil o lo incivil, por lo legal o lo criminal. Tarea, por cierto, en la que día a día, mes a mes, van sumando logros a través de la concesión de terceros grados a presos que ni han cumplido las penas ni han propiciado ninguna de las causas susceptibles de rebaja o minoración del régimen carcelario.
Esa es la realidad constatable, expresa, irrebatible, manifiesta, concluyente, palmaria, fehaciente, expresa, indiscutible, notoria, obvia, flagrante y cuantos sinónimos más se le quiera aplicar de cómo funciona Gobierno y sus aliados desde que aquella primera legislatura de Sánchez comenzara a andar.
Por eso es de imposible disculpa el reconocimiento por parte del PP y de Vox de haber sido víctimas de un engaño a la hora de haber aceptdo una enmienda a través de Sumar que permite la condonación de años de cárcel a los más sanguinarios presos de ETA en función de los años de prisión que hubieran pasado en cárceles extranjeras, en este caso francesas. Nada menos que 400 años de reducción de condena a asesinos como Txapote, Amboto, Gadafi, Kantauri, Olarra Guridi, Arregui Erostarbe hasta un total de cuarenta desalmados responsables de un verdadero río de sangre. Por cierto, una no condonación, que ahora se altera, que figuraba con el aval expreso del tribunal de Derechos Humanos.
Porque el acuerdo votado por unanimidad en el Congreso ni llegaba allí en forma de advenediza paloma descendiente de los cielos del salón de plenos, sino que había sido sustanciada, ya desde hace cuatro meses, también con el voto a favor de todos, en Ponencia y Comisión, donde Sumar, sin trampa ni cartón, presentó la enmienda con luz y taquígrafos. Es decir, el autoengaño lo fue, cuando menos, hasta con cuatro opciones distintas (incluido el oportuno y despreciado trámite en el Senado) de ser subsanado por parte de quienes se oponían al mismo.
Por eso resulta absolutamente insólito contemplar la seráfica inocencia -¿o falta de responsabilidad?- de los grupos de oposición en su tarea de fiscalizar al Gobierno. Tanto más preocupante porque a nadie se le oculta su condición de estar ante un Ejecutivo gansteril en esa continuada partida de póker en que se ha convertido la acción política. Y si ni PP ni Vox son capaces de ver entre tanto tahúr a los incautos de siempre, es decir a ellos mismos, tendrán que hacérselo mirar.
En el mundo laboral de la empresa privada –no digamos ya en las grandes corporaciones- estamos acostumbrados a que cada acto tenga sus consecuencias, cada equivocación se acompase con la debida toma de resoluciones y, si acaso, cada éxito con su merecida recompensa. Algo que no parece regir ni para las distintas administraciones del Estado, donde la excelencia es bien escaso, ni mucho menos para una clase política que va de tropiezo en tropiezo sin que, gajes de la partitocracia, haya nadie que les demande responsabilidades. Hoy por ti, mañana por mí.
Fue ágil Feijóo a la hora de encajar el golpe y pedir perdón a las víctimas del terrorismo. Pero son escusas que se quedan en papel mojado, en la más absoluta irrelevancia, si tamaña irresponsabilidad no trae consecuencias, antes que tarde, por el daño causado en la convicción de centenares de familiares de los casi novecientos muertos de ETA de que un partido miraba por sus intereses. Hay decepciones del alma que van mucho más allá de las consecuencias físicas. Y, que se sepa, el PP está decidido a no tomar medidas contras los tres diputados que participaron en el proceso en Ponencia y Comisión de tan manifiesto error. Del mismo modo que a los señalados les falta la suficiente vergüenza torera como para presentar su dimisión. Y no es la inhibición en momentos difíciles el mejor camino para asentar la prevalencia de un líder. Del mismo modo que es un insulto a la inteligencia argumentar, como mal menor, que la propuesta hubiera salido adelante sin el apoyo de PP y de Vox. ¿Para qué, entonces, la oposición?
Días atrás y desde estas mismas líneas apuntábamos el lamentable grado de falta de opinión de diputados –del PSOE y del PP- incapaces de dar una respuesta sensata a propósito de las declaraciones del llamado Emérito y el 23 F. No era, a la luz de lo que ahora vivimos, nada más que otro de los repetidos indicios del grado de irresponsabilidad, falta de preparación y ausencia de compromiso de aquellos a quienes votamos para que nos devuelvan un aire político más respirable. Incapaces, como se manifestaron, de detectar la definitiva puntilla que Zapatero, antes que Sánchez, se propusieron para la plena legitimación de Bildu y, de paso, asestar la puñalada definitiva al Espíritu de Ermua.
Con jornadas como las del lunes, donde por cierto fue de nuevo un medio de comunicación -¡Enhorabuena a El Confidencial!- el que dio la voz de alarma de la estropicie democrática que PP y VOX habían ayudado a perpetrar con su voto, queda en el electorado la creciente y desilusionante sospecha de si realmente nos merecemos esta oposición o, más que eso, si estará en condiciones algún día de traer un poco de sensatez y entusiasmo –más allá de ese decepcionante circo del y tú más- a la sufrida sociedad española. Y no, no parece.
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