30 agosto, 2024
José Antonio Constenla
El temor a las fake news y a su potencial desestabilizador se ha extendido en la opinión pública. Medios de comunicación, gobiernos, activistas, todos dan la voz de alarma, a la vez que se acusan mutuamente de fomentarla o de permitir su extensión. No resulta fácil poner el cascabel a un gato tan esquivo. Es un fenómeno complejo que al no responder al patrón clásico de mentira o propaganda, dificulta diferenciar lo falso de lo simplemente “sesgado”.
La desinformación, asociada a las fakes news, se ha convertido en un fenómeno masivo que emponzoña la democracia, siembra desconfianza hacia las instituciones y obstaculiza el proceso de toma de decisiones. Asimismo, el progreso tecnológico y en especial la inteligencia artificial, promete avances prodigiosos, pero riesgos no menores, ya que su capacidad de engaño multiplica exponencialmente nuestra exposición a los bulos.
“En este mundo traidor / nada hay verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira”. Los versos de Campoamor escritos hace casi dos siglos, se ajustan como un guante a la doctrina que practican los activistas de la desinformación.
Con la revolución sociotecnológica y la irrupción de las redes sociales, los acontecimientos relevantes pasan a narrarse en línea y llegar a través de sus dispositivos a miles de millones de personas. Este fenómeno acompañó y aceleró la erosión de la confianza en los medios de comunicación tradicionales, que acusados de defender intereses particulares, dejaron de ser el principal elemento vertebrador de la opinión publica en las democracias postmodernas.
Pero de manera tan predecible como el perro de Pavlov, las mismas redes que iban a emancipar al Homo sapiens del siglo XXI han generado los peores virus a los que se puede enfrentar una sociedad abierta. Se reciclan imágenes viejas para defender argumentos nuevos y se recurre a fuentes que reflejan sólo las propias opiniones, lo que agudiza las divisiones sociales y políticas.
Luchar contra la desinformación, sin ser tarea fácil, pasa por el compromiso de instituciones, medios y plataformas para anteponer la salud democrática al beneficio propio. ¿Y qué decir de los ciudadanos? Un editorial de The Economist titulado con ironía, “Este artículo está lleno de mentiras”, sitúa el foco del problema en la credulidad del ciudadano. ¿Por qué es tan sencillo engañarnos? Dejando de lado que hay mentirosos muy eficaces, se debe a que tendemos a valorar más la emoción que la razón, lo que nos hace blanco fácil de titulares sentimentales. También porque asumimos que las personas dicen la verdad la mayor parte de las veces, si no, la convivencia resultaría imposible.
La desinformación sólo se podrá reducir si los ciudadanos están bien informados, indagan sobre las fuentes de información y abogan por el pensamiento crítico. Por ello, la alfabetización mediática, es uno de los mantras de las estrategias para combatir la desinformación en Europa, donde España ocupa, detrás de Hungría y Bulgaria, el tercer puesto de los países más expuesto a este fenómeno según el eurobarómetro.
Una cita final nos da ciertas esperanzas: “Se puede engañar a todos en alguna ocasión, incluso se puede engañar a muchos durante algún tiempo, pero no se puede engañar siempre a todo el mundo”, Abraham Lincoln.
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