25 septiembre, 2024
En marzo de 2017, Pierre Lemaitre se acercó a Santiago para recoger el Premio San Clemente (ese año cumplía su edición número 22), otorgado por los alumnos del Instituto Rosalía. Su novela, totalmente espectacular, era Irène. Esa obra marcaba, en esos tiempos, un tope respecto a lo que se podía hacer con el concepto de violencia, y tanto a los inteligentes y notables lectores que eran los alumnos de Ubaldo Rueda como a todos los aficionados al noir nos había abierto una brecha que no volvería a cerrarse jamás… La obra nos daba una idea muy clara de hasta qué punto, entre otras cosas, la novela negra contemporánea estaba adaptando un aire de realismo siniestro y brutal como pocas veces en el pasado (James Ellroy, por ejemplo, a quien se le denominaba “el perro diabólico de las letras norteamericanas”), y nos hacía pensar en alguno de los ya maestros actuales, del cariz de César Pérez Gellida…
Tuve ocasión de hablar con él largo y tendido. Y salió a la luz una diatriba pública y reciente, precisamente a cuenta de ese mismo libro, que había tenido con el nobelable John Banville, o Benjamin Black, como se hace llamar cuando narra en ese peculiar código negro. El ilustre irlandés le afeaba al francés que echara mano continuamente de lo que él denominaba violencia gratuita… Y ahí Lemaitre empezó a subirse por las paredes: “Pero será imbécil, nom de Dieu… qué violencia gratuita ni qué cojones… pero que lea los periódicos, nom de Dieu… a ver si lo que está pasando ahora mismo es violencia gratuita o no…”
Hace unos días estaba leyendo El clan, la última y definitiva entrega de la serie sobre la inspectora Elena Blanco, de Carmen Mola (el combo compuesto por Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero), que acaba de aparecer en Planeta ahora mismo, y recordé la conversación que acabo de citar.
En la novela de los Mola no hay, en absoluto, situaciones idílicas. Al hablar con ellos estos días atrás les preguntaba si, por casualidad, habían estado leyendo todos ellos La Biblia Satánica de Anton Szandor LaVey para inspirarse (en el prefacio a ese escrito, había una frase muy curiosa: “La vieja literatura es el resultado de cerebros podridos por el miedo y el engaño, escrita sin saberlo para la asistencia de aquellos que regentan la Tierra, y que, desde sus tronos Infernales, ríen con pernicioso regocijo…”). Entre risas, claro. Pero resulta que esto es una obra maestra absoluta. Y yo diría que significa un paso decisivo y genial en un ascenso meteórico hacia la gloria. Está totalmente ausente de trucos fáciles para enganchar al lector. Tampoco les hace falta. Se los saben todos, y no necesitan recurrir a lo más obvio o manido. El contenido es brutal. Y uno diría que podría interpretarse como una visión demoníaca de la realidad… Eso, claro está, en el caso de que ninguno de nosotros leyera los medios de comunicación de cualquier tipo o pelaje, y no fuéramos capaces de enterarnos de en qué mundo y en qué circunstancias tan limítrofes estamos viviendo en este preciso instante.
Uno se fija en frases sueltas que dan que pensar. Uno lee en cierto momento un diálogo: “-¿Tu puedes identificar al autor de un código?/-Es como el estilo de una novela: un buen lector podría reconocer si un fragmento está escrito por Vargas Llosa, Paul Auster o por Agatha Christie. Y este código lleva la firma de Aritz…”
Los buenos del entramado son los policías que integran la BAC (hablamos un rato de coincidencias, como que estas son las siglas de la fábrica húngara que construyó los teléfonos explosivos de Líbano hace unos días: BAC Consulting KFT), la Brigada de Análisis de Casos: Elena Blanco, la imbatible hacker Mariajo, Reyes, Orduño, Buendía, Zárate… Y los malos, algo aparentemente increíble: El clan, un entramado poderosísimo e ilimitado que engloba a miembros de la policía, la judicatura, las altas finanzas y, por supuesto, la política… ¿Les parece que es irreal…? ¿O les suena de algo… o, desgraciadamente, de mucho…? Tuvimos, y no es para contar, y sí para mantener off the record, una charla sobre casos reales que reforzaban ciertas prácticas que aclaraban el hecho de que algo así es plausible y responde a criterios reales…
Los negocios que manejan son siempre variopintos, pero, hasta la fecha en que comienza la narración, rabiosamente actual, se han dedicado a cosas como el suministro de armas al por mayor en la guerra de Liberia, o el tráfico de órganos…
Y los intentos por penetrar en la red son o extraordinariamente difíciles o mortalmente peligrosos… De manera que uno, leyendo la novela (a toda prisa, porque es profundamente adictiva) se siente como en medio de un fuego cruzado…
Y el final es de los que, como esa majestuosidad que en su día construyeron Agatha Christie y Billy Wilder llamada Testigo de cargo, pasarán a la historia con letras de oro… Por brutal, desde luego, pero sobre todo por imprevisible en grado sumo…
Mi más cordial enhorabuena a la Santísima Trinidad Laica… Los lectores seguimos estando de suerte gracias a ellos…
Y, para despedirnos: que sepan que el año que viene, cada uno de los tres será noticia… de primera página… Y no digo más…
Alerta