
Dr. Ramón Cacabelos
6 octubre, 2024
Libertad e independencia son dos términos inseparables de un binomio existencial al que todo ser humano idílicamente aspira; pero, lamentablemente, el invento lingüístico es una quimera en la práctica, porque nadie es enteramente libre ni independiente a lo largo de su vida; más bien, todo ser social es el producto de una interdependencia permanente y una libertad limitada por las lindes del respeto a los demás. La libertad y la independencia tienen fronteras cuya violación es destructiva. Y cuanto más paranoide es la ambición de libertad, más raquítica es su dimensión real.
Somos dependientes del óvulo y del espermatozoide que, gobernados por el azar, se funden en un compromiso para hacer germinar una nueva vida; somos dependientes del útero que nos cobija mientras nos formamos; somos dependientes de la educación familiar y escolar que recibimos, del entorno social en el que vivimos, del trabajo que realizamos, de las personas con las que compartimos nuestra vida, del contexto de salubridad o toxicidad que determina nuestras condiciones de salud o enfermedad, de los alimentos que consumimos; somos dependientes hasta de la suerte o la desgracia de tener a alguien al lado o no tener a nadie cuando nuestro cuerpo claudica en la vejez e inicia el último viaje turístico -sin retorno- al camposanto. Ni siquiera el pensamiento es libre; está condicionado por nuestro estado de ánimo, nuestra digestión, nuestro sueño, nuestros dolores físicos y psíquicos y por multitud de estímulos medioambientales que ponen cerco a nuestra supuesta libertad de pensamiento. Todo limitadísimo a un raquítico margen de libertad individual, por mucho que la poesía o la imaginación humana canten lo contrario. Ese estrecho margen se dilata en la medida en que somos capaces de hacer que la convivencia y nuestra comunión con el entorno sean más armónicos.
«Ni siquiera el pensamiento es libre; está condicionado por nuestro estado de ánimo, nuestra digestión, nuestro sueño, nuestros dolores físicos y psíquicos y por multitud de estímulos medioambientales que ponen cerco a nuestra supuesta libertad de pensamiento»
Puede que ni siquiera seamos suficientemente libres para optar por un camino u otro, a pesar de lo que insinuaba Esopo en la fábula del perro y el lobo, del s.VI a.C.: “Es mejor morirse de hambre que ser un esclavo obeso”. James Baldwin, en Nobody Knows My Name (1961) dice: “La libertad no es algo que se le pueda dar a cualquiera; la libertad es algo que la gente toma y la gente es tan libre como quiere serlo” (o como le dejen serlo). En Pour une morale de l’ambigueté (1947), Simone de Beauvoir apuntaba que “la desgracia que le sucede al hombre por haber sido niño es que su libertad le fue ocultada al principio, y durante toda su vida conservará la nostalgia de un tiempo en que ignoraba sus exigencias”.
La libertad requiere un aprendizaje y necesita pasar por un proceso madurativo; de lo contrario podría ocurrir lo que esbozaba Cicerón en De Officiis (44 a.C.): “La libertad reprimida y recobrada muerde con colmillos más afilados que los que la libertad nunca puso en peligro”. Para William Cowper, en Table Talk (1782), “la libertad tiene mil encantos que mostrar, que los esclavos, por contentos que estén, nunca conocen”. Ralph Waldo Emerson recomendaba en 1836: “Si no puedes ser libre, sé tan libre como puedas”. Y añadía: “Aunque amamos la bondad y no el robo, también amamos la libertad y no la predicación”. “Una parte del destino es la libertad del hombre. Siempre brota en su alma el impulso de elegir y actuar”. “La libertad salvaje genera una conciencia de hierro; las naturalezas con grandes impulsos tienen grandes recursos y regresan de lugares lejanos”.
Libertad y esclavitud son extremos de un continuum físico, donde la psicología define la distancia. La libertad y la esclavitud son estados emocionales. A una persona privada de libertad física nadie le puede hurtar su libertad mental; y el ser más aparentemente libre puede ser esclavo de sus fantasmas interiores. Mohandas K. Gandhi razonaba en Non-Violence in Peace and War (1948): “En el momento en que el esclavo decide que ya no será esclavo, sus cadenas caen, se libera y muestra el camino a los demás. La libertad y la esclavitud son estados mentales”. Albert Hubbard reincidía en la idea de que “la libertad es una condición de la mente y la mejor manera de asegurarla es cultivarla”. En El Profeta (1923), Kahlil Gibran recalca: “Tu libertad, cuando pierde sus ataduras, se convierte en la atadura de una gran libertad”.
«La libertad y la esclavitud son estados emocionales. A una persona privada de libertad física nadie le puede hurtar su libertad mental; y el ser más aparentemente libre puede ser esclavo de sus fantasmas interiores»
Muchos que creen ser libres no saben qué hacer con su libertad o la usan para fabricar cadenas. En The Inmoralist (1902), Adré Gide dice: “Saber liberarse no es nada; lo arduo es saber qué hacer con la propia libertad”. Y Goethe reafirma en Fausto (1832): “Sólo gana su libertad y su existencia quien las conquista de nuevo cada día”. Eric Hoffer es más contundente en The True Believer (1951): “A menos que un hombre tenga el talento para hacer algo por sí mismo, la libertad es una carga pesada”. Y regresa, años después, en Ordeal of Change (1964), afirmando que “no puede haber verdadera libertad sin la libertad de fracasar”.
La libertad tiene fronteras naturales y artificiales. Las naturales las marca la conciencia; las artificiales las define la justicia. En The Rebel (1951), Albert Camus planteaba que “la libertad absoluta se burla de la justicia; y la justicia absoluta niega la libertad”. En sus Discursos (s.II), Epicteto se preguntaba: “¿Qué es lo que busca todo hombre? Estar seguro, ser feliz, hacer lo que le plazca sin restricciones ni obligaciones”. Por su parte, Epicuro, en Letters, Principal Doctrines, and Vatican Sayings (s.III a.C.) sostenía que “la libertad es el mayor fruto de la autosuficiencia”. Elbert Hubbard profundizaba en esta línea: “La libertad es el bien supremo: la libertad de las limitaciones autoimpuestas”. Cultivar la libertad propia y ajena impone límites al capricho personal, a la egolatría, al compromiso asimétrico, al sometimiento y al victimismo. En On Liberty (1859), John Stuart Mill dice: “La libertad del individuo debe estar limitada hasta cierto punto: no debe convertirse en una molestia para otras personas”.
La frase «mi libertad termina donde empieza la libertad de los demás» se atribuye comúnmente a los franceses Jacques Rousseau y Jean-Paul Sartre.
«La verdadera libertad mental lleva implícito el sacrificio, la austeridad, la solidaridad y la comprensión del mundo que nos rodea. Libertad no es hacer lo que te da la gana sino lo que conviene hacer en cada momento de la vida»
La verdadera libertad mental lleva implícito el sacrificio, la austeridad, la solidaridad y la comprensión del mundo que nos rodea. Libertad no es hacer lo que te da la gana sino lo que conviene hacer en cada momento de la vida. En Stanzas of Freedom (1843, James Russell Lowell lo veía así: “La verdadera libertad es compartir todas las cadenas que llevan nuestros hermanos y, con el corazón y las manos, ser sinceros para hacer libres a los demás”. Nadie es libre ni puede liberar a nadie sin responsabilidad y respeto hacia uno mismo. En Twilight of the Idols (1888), Nietzsche lo expresa con claridad: “La libertad es la voluntad de ser responsables ante nosotros mismos”. Spinoza, en su Ethics (1677), lo adorna de otra forma: “La virtud del hombre libre parece igualmente grande al negarse a afrontar las dificultades como al superarlas”. Y Rabindranath Tagore lo pinta más poético en Fireflies (1928): “Ganamos libertad cuando pagamos el precio completo por nuestro derecho a vivir.”
La libertad inspira creatividad y progreso. La falta de libertad aborta la imaginación creativa y desvía el pensamiento hacia deseos irrealizables. Así lo pensaba Albert Einstein en Out of My Later Years (1950): “Todo lo que es realmente grande e inspirador lo crea el individuo que puede trabajar en libertad”.
Lo que más acota la libertad es el acúmulo de deudas. Cuantos más favores pides menos libre eres; pues, más pronto o más tarde, te los cobrarán con intereses, sin descuentos; y un cerco de dependencia irá asfixiando tus aspiraciones. Nadie con deudas puede presumir de ser libre.
«Cuantos más favores pides menos libre eres; pues, más pronto o más tarde, te los cobrarán con intereses, sin descuentos; y un cerco de dependencia irá asfixiando tus aspiraciones. Nadie con deudas puede presumir de ser libre»
La estructura y el funcionamiento de la sociedad humana son una cincha a la independencia. Ningún país es libre del todo, por razones de vecindad, economía o disponibilidad de recursos. Las guerras de independencia, que ilustra la historia, nunca dieron más libertad al país que se independiza; sencillamente, el poder cambió de manos, pero no otorgó mayor libertad al pueblo. Las pugnas territoriales, más que ideológicas, culturales o históricas, son conflictos de poder, nuevas formas de dependencia que dan de comer a más a costa de expoliar a otros. Libertad e independencia son contenidos estancos que se rigen por la ley de los vasos comunicantes, que establece que un líquido contenido en varios recipientes comunicados entre sí alcanza siempre el mismo nivel en todos ellos; esto ocurre independientemente de la forma o el volumen de cada recipiente. Lo mismo ocurre con el binomio libertad-independencia: lo que le das a unos se lo arrebatas a otros, pero el contenido es el mismo.
El ser más libre es el capaz de reconocer sus límites, basados en el respeto a lo propio y a lo ajeno. Las cadenas de la intransigencia y la rigidez mental son la prisión que convierte al ser humano en el peor esclavo de sí mismo. Somos prisioneros de nuestras percepciones y de la interpretación del mundo que nos rodea. “La emancipación de la esclavitud de la tierra no es libertad para el árbol”, decía Tagore.
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