9 septiembre, 2024
Apasionante pregunta sin una respuesta definitiva. A pesar de la incapacidad para contestarla, el solo hecho de plantearla nos ayuda a repensar algunos de los múltiples factores que hacen al ser humano fascinante, extraordinario y también peligroso. Los eventos históricos y los cambios sociales a lo largo del tiempo han dejado una huella en la humanidad, dando forma a nuestras sociedades y a nuestra forma de ser. Las normas sociales, las expectativas culturales y las estructuras del poder influyen en cómo nos comportamos y cómo nos vemos a nosotros mismos y a los demás. El entorno en el que crecemos y vivimos moldea nuestra personalidad y nuestras creencias; la familia, la cultura, la educación, las experiencias personales y las relaciones sociales, son factores clave en nuestro desarrollo. Pero, sobre todo, la genética juega un papel fundamental en nuestra existencia. Heredamos características físicas y rasgos de personalidad de nuestros antepasados. Además, el cerebro, con su estructura y funcionamiento únicos, influye en cómo pensamos, sentimos y actuamos. Pero contestar a por qué somos así requiere una pregunta previa: ¿quiénes somos? Seres complejos y multidimensionales, resultado de una larga evolución biológica y cultural; seres sociales, racionales, creativos y capaces de grandes logros, pero también de cometer errores y causar daño.
Desde el punto de vista de la biología, somos primates bípedos, pertenecientes a la especie Homo sapiens; compartimos un ancestro común con otros primates y poseemos características biológicas específicas. Desde la neurociencia, somos seres sociales, con una mente compleja capaz de generar y procesar emociones, pensamientos y razonamientos abstractos. Para los filósofos, el hombre es un ser racional, capaz de cuestionarse a sí mismo y al mundo que le rodea, y desde las ciencias sociales, somos un producto de la cultura y la sociedad. Sin embargo, ninguno de estos enfoques nos ayuda a definir la pregunta clave: en realidad, ¿qué es lo que nos hace humanos? Siendo conscientes de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, disponemos de la capacidad de comunicarnos a través de un lenguaje complejo y simbólico, creamos y trasmitimos conocimientos, creencias y valores a través de las generaciones, herramientas y tecnologías que transforman nuestro entorno y, además, disfrutamos de un sentido del bien y del mal que nos permite tomar decisiones éticas.
«…contestar a por qué somos así requiere una pregunta previa: ¿quiénes somos? Seres complejos y multidimensionales, resultado de una larga evolución biológica y cultural; seres sociales, racionales, creativos y capaces de grandes logros, pero también de cometer errores y causar daño»
La evolución es un proceso gradual y la línea que separa al ser humano de otros animales no siempre es clara. El espectro de las características específicas del hombre es grande y el número de personas que no cumplen alguno de los requisitos que nos identifican es cada vez mayor (trastornos de nacimiento, enfermedades psiquiátricas, demencias y secuelas neurológicas son ejemplos con los que convivimos). Nos identifica un cerebro grande y complejo que nos permite el pensamiento abstracto, la resolución de problemas complejos y la capacidad de aprender y adaptarnos a una amplia variedad de entornos. El lenguaje articulado, con su gramática y sintaxis, nos permite transmitir información compleja, crear cultura y desarrollar sociedades enrevesadas. Somos conscientes de nuestra propia existencia, de nuestros pensamientos y sentimientos, y podemos reflexionar sobre nuestra propia vida y el mundo que nos rodea. La capacidad de fabricar herramientas y modificar el entorno nos ha permitido adaptarnos a diversos hábitats y desarrollar tecnologías cada vez más sofisticadas.
A través del arte, la música y otras formas de expresión, los humanos comunicamos emociones, ideas y experiencias de una manera única. Somos sociales y capaces de acciones altruistas que benefician a otros sin una ganancia directa para nosotros mismos. Tenemos un sentido innato del bien y del mal, lo que nos lleva a establecer normas sociales y sistemas morales que guían nuestro comportamiento. La búsqueda del conocimiento a través de la ciencia es una característica humana que ha conseguido impulsar el progreso y el desarrollo. Sin embargo, muchos de estos aspectos no son exclusivos de los humanos, sino que se presentan en grados variables en otras especies. Algunos animales utilizan herramientas, muestran comportamientos sociales complejos y son capaces de aprender y comunicarse. La cultura y la sociedad desempeñan un papel fundamental en la configuración de lo que significa ser humano, y las características que consideramos distintivas pueden variar a lo largo del tiempo y entre diferentes culturas.
«Tenemos un sentido innato del bien y del mal, lo que nos lleva a establecer normas sociales y sistemas morales que guían nuestro comportamiento. La búsqueda del conocimiento a través de la ciencia es una característica humana que ha conseguido impulsar el progreso y el desarrollo»
Somos seres contradictorios. A menudo deseamos cosas que parecen opuestas: queremos estar solos y acompañados, queremos seguridad y aventura, y queremos ser amados y ser independientes. Nuestras creencias pueden entrar en conflicto con nuestras acciones. Nuestras emociones fluctúan constantemente y, no pocas veces, nuestra mente genera pensamientos que se contradicen entre sí. La contradicción es parte de la condición humana, que no se encuentra en otros animales. La capacidad del ser humano para experimentar y expresar una amplia gama de emociones y comportamientos, desde actos de gran generosidad y compasión hasta actos de crueldad y violencia, apoya la pregunta de por qué somos así. El ser humano es una criatura compleja; heredamos instintos y tendencias de nuestros ancestros, pero también somos moldeados por las experiencias, la cultura y las relaciones sociales. Esta dualidad nos hace susceptibles tanto de actos heroicos, como de acciones despreciables. Nuestras acciones están causadas por una variedad de factores, que incluyen deseos, necesidades, creencias, miedos y valores; estas motivaciones pueden entrar en conflicto y llevarnos a la toma de decisiones difíciles y comportamientos contradictorios. El contexto social en el que nos encontramos también influye en nuestro comportamiento; las normas sociales, las presiones grupales y las situaciones específicas pueden hacer que actuemos de manera diferente a como lo haríamos en otras circunstancias. La capacidad de elegir entre lo mejor y lo peor nos define como seres humanos.
¿Qué culpa tiene el cerebro de que seamos así? Nuestro cerebro, a menudo comparado con una supercomputadora biológica, es el órgano responsable de procesar la información que recibimos del mundo exterior, de regular las funciones corporales y de generar pensamientos, emociones y comportamientos. En este sentido, podemos decir que el cerebro es el arquitecto de nuestra experiencia subjetiva del mundo. Para ello, diferentes regiones del cerebro se especializan en funciones específicas. Pequeñas moléculas que transmiten señales entre las neuronas, influyen en nuestro estado de ánimo, emociones y motivaciones. La genética proporciona una base sobre la que se construye el cerebro; los genes influyen en la estructura y función del sistema nervioso y pueden predisponernos a ciertos comportamientos. El cerebro humano es una herramienta increíblemente poderosa que moldea nuestra percepción del mundo y nuestro comportamiento. Si entendemos cada vez mejor cómo funcionan nuestros cerebros y cómo se toman las decisiones, qué implicaciones tiene esto para la noción del libre albedrío. ¿Somos realmente libres para tomar decisiones propias o estamos determinados por los circuitos neuronales? Sin embargo, no somos simples autómatas biológicos y tenemos la capacidad de reflexionar sobre nuestras acciones, de aprender de nuestros errores y de tomar decisiones que nos permiten vivir una vida plena y significativa. Además, el cerebro no es una estructura estática, sino un órgano dinámico y adaptable que se modifica a lo largo de nuestra vida; cada experiencia, cada aprendizaje, cada emoción, dejan su huella en nuestro cerebro remodelando las conexiones entre las neuronas y creando nuevas vías neuronales.
«El cerebro humano es una herramienta increíblemente poderosa que moldea nuestra percepción del mundo y nuestro comportamiento. Si entendemos cada vez mejor cómo funcionan nuestros cerebros y cómo se toman las decisiones, ¿qué implicaciones tiene esto para la noción del libre albedrío?»
También somos así porque cada individuo tiene su propia interpretación y experiencia sobre cuál es su misión en el mundo. Desde una perspectiva humanística hay quien piensa que su misión sería simplemente vivir una vida plena, contactar con los demás y contribuir al bienestar de la sociedad. Para otros, buscar la verdad, desarrollar nuestro potencial y dejar una huella positiva en el mundo. Muchas religiones proponen que nuestra misión es cumplir la voluntad divina, servir a un propósito superior y alcanzar la salvación. Sin embargo, para no pocas personas la idea de la eternidad y del paraíso llega a ser aterradora, un vacío en el que se perdería el significado de nuestra existencia. La eternidad implica la ausencia de final, lo que podría llevar a la sensación de quedar atrapado en una existencia monótona y repetitiva. La búsqueda de nuestra misión es un viaje personal que puede evolucionar a lo largo de la vida.
Procedemos de animales que han ido evolucionando hasta conseguir un cerebro complejo y maravilloso. Somos así porque hemos conseguido tener emociones y pensamientos. Y esta enorme capacidad intelectual es la que nos hace contradictorios e incomprensibles. En el fondo, solo somos primates que buscamos apasionadamente una sensación de bienestar, satisfacción y alegría cuando nuestras necesidades y deseos se cumplen, cuando nos encontramos en armonía con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. Y, a pesar de esta ansia de felicidad, casi nunca la conseguimos, lo que nos produce frustración y nos lleva a conductas irritables y agresivas. Con suerte, el hombre disfruta de instantes de felicidad, pero pocos pueden presumir de conseguir un estado duradero de bienestar general, que incluye la satisfacción con la vida, relaciones positivas y un sentido de propósito.
«Procedemos de animales que han ido evolucionando hasta conseguir un cerebro complejo y maravilloso. Somos así porque hemos conseguido tener emociones y pensamientos. Y esta enorme capacidad intelectual es la que nos hace contradictorios e incomprensibles»
¿Podríamos conseguir un mundo feliz? En la novela de Aldous Huxley, la sociedad no tiene enfermedades, ni guerras y todos son felices y cumplen la función que le han asignado. Esta felicidad se logra a través de la manipulación genética que suprime emociones, como la tristeza y la angustia; pero sin tristeza, ¿seríamos capaces de apreciar la felicidad? En Un mundo feliz, la felicidad se logra a costa de la libertad individual, la creatividad y la autenticidad. ¿Estamos dispuestos a renunciar a estos valores fundamentales para alcanzar la felicidad artificial? La felicidad es un viaje, no un destino. No se trata de alcanzar un estado perfecto de alegría, sino de cultivar un sentido del bienestar y satisfacción en nuestra vida diaria, en comunión con nuestros principios y nuestros objetivos. Ser coherentes con nosotros mismos es el comienzo de una vida satisfactoria.
Alerta