No deja de ser llamativo que cuando tenemos que llamar a un albañil, fontanero, pintor,… lo primero que hacen es preguntar «pero, ¿quién hizo esto?», Con esa pregunta ya tienen la disculpa perfecta para disfrutar de la impunidad en lo referente al trabajo que van a realizar.
Como nosotros somos unos ignorantes en la materia o porque queremos creer que la persona que tenemos delante es una eminencia, le dejamos que inicie lo que será una nueva tortura en poco tiempo y que por una ley no escrita, tendremos que recurrir a otro profesional que nos volverá a hacer la misma pregunta.
Ésto, que parece una cosa banal, lo vemos constantemente en el mundo de la política, del deporte, empresarial y casi me atrevo a decir que en cualquier persona que detente un cargo de responsabilidad. Siempre he creído que para ejercer esa responsabilidad, además de saber tomar decisiones, hay que saber asumir los fallos que sin duda se van a cometer. Nadie es infalible, pero no podemos pasarnos la vida echándole la culpa de todo lo malo al prójimo. Lo estamos viendo con toda la clase política, que cuando no ejercen el poder, parecen conocer todas las soluciones habidas y por haber, pero cuando están en los puestos de poder, esos conocimientos se convierten en fallos y viceversa, los que antes fallaban, de repente se sienten iluminados.
En la llamada «comisión de control» del Senado hemos presenciado, una vez más, como se retuercen las ideas, las palabras y las formas. Es fascinante observar como todos tienen razón y a la vez todos ganan. Como, dependiendo de nuestras simpatías por unos u otros, les damos o quitamos razones. La reflexión y autocrítica no parece existir para nadie, siendo de una inmensa gravedad en las personas que elegimos para que nos administren. Quizás el secreto es que elegimos mal.
Ya lo expresó el escritor Ramón de Campoamor: «todo es según el color del cristal con que se mire»
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