2 diciembre, 2024
Desde que en la tarde del 24 de julio de 1985 -víspera de tan emblemática fecha para los gallegos como es la festividad del Apóstol- a las seis y media de la tarde y en los televisores todos de Galicia apareciera el vuelo de la gaviota surcando nuestros cielos para acabar fusionándose en la V del acrónimo TVG como primera carta de ajuste del nuevo canal de televisión que nacía, era fácil entender que la elección del ave que con tanta profusión habita nuestras costas suponía un nada inocente mensaje subliminal de un modo de hacer que habría de acompañarnos hasta nuestros días. Y que se perpetuaría por encima incluso del cambio de marca experimentado por el canal en 2006, cuando abandonó los vuelos de la gaviota -que andando el tiempo supimos que en el anagrama del partido se trataba de un charrán- para quedarse en una G alusiva a la realidad de nuestro territorio.
Y, en efecto, cuantos pasos se han dado desde entonces, salvados quizá los voluntariosos primeros tiempos de reafirmación de la propia identidad -tanto política como cultural- y que ahora tanto se echa de menos por carecer, los actuales, de una referencia clara de las obligadas servidumbres de un medio de comunicación público, ha predominado siempre esa imperecedera gaviota que, con excepción del tiempo del bipartito, nos ha aproximado hasta la saturación las bondades de una sola formación política, el PP. En justicia hay que añadir que justo lo que en el periodo de gobernanza PSdeG-BNG se evidenció a contrario sensu con igual fruición y vocación de botafumeiro en favor del tándem nacional-socialista.
De modo que nada nuevo bajo el sol. A medida que las elecciones hacen mutar los Ejecutivos, en idéntica medida cambian las preferencias querenciales de cuantos dirigen los medios de comunicación públicos. Y la TVG no es excepción.
Ocurre, en este caso, que la inamovible tendencia de los gallegos a mantenerse fieles a unas siglas a lo largo del tiempo logra el dañino efecto de la saturación, de la saciedad, al contemplar inveteradamente la apología popular a costa de restar el protagonismo que se merecieran las otras fuerzas políticas que integran el Parlamento gallego. Y es acaso en esa borrachera de continuidad, en el hartazgo de una práctica mil veces repetida, antes ques en una vuelta de tuerca más de censura, donde la indignación de los trabajadores se haya exteriorizado a través de los Viernes Negros y, ahora, con algunas manifestaciones por las calles de Compostela. Y no les falta razón.
Aunque no cabe echar en saco roto, también hay que decirlo, algunas cazas de brujas ordenadas por la más alta responsabilidad de la Xunta para cobrarse acreditadas y muy documentadas colaboraciones de opinión en relevantes noches informativas por la mera sospecha de militar su protagonista en partidos rivales. Que eso también pasó y muy recientemente, avalando aún más la protesta de los periodistas.
Lo sorprendente del caso es que formaciones como el PSdG-PSOE y BNG se sumen a esa justa vindicación de los profesionales y lo hagan, como hizo la líder de la formación nacionalista, Ana Pontón, acusando a los medios públicos gallegos de haberse convertido en un «gabinete de prensa» del Partido Popular. También criticó la propuesta del PP de modificar la ley para designar unilateralmente al próximo director de la CRTVG, eliminando la actual mayoría reforzada.
Y es que en su obnubilada abstracción mesiánica parecen olvidar tanto PSdeG-PSOE como BNG, presentes en la manifestación de esta última semana, que al ver la paja en ojo ajeno no evitan que todos veamos la viga en los que les son propios. Porque, en efecto, es deplorable como aquí se criticó -por cierto que antes que en ningún otro medio informativo gallego- el intento del PPdeG de reducir las mayorías reforzadas para poder designar manu militari -es decir, con sus exclusivos votos- al director de la Compañía de CRTVG. Justo lo contrario de lo que los populares defienden en Madrid. Pero ¿No es eso mismo lo que socialistas y nacionalistas acaban de propiciar con sus votos en el Congreso de los Diputados al elegir el nuevo Consejo de Administración de la Compañía de RTVE, con el añadido de elegir solo entre los suyos marginando al PP y dotando a los nuevos enchufados -entre los que se cuentan manipuladores profesionales al servicio del Ejecutivo- con un sustancioso salario de más de 80.000 euros anuales?
Habla Ana Pontón de una televisión convertida en “gabinete de prensa” del partido en el poder en Galicia. ¿Qué otra cosa es acaso, desde que Sánchez se aupó a la presidencia del Estado, la televisión pública TVE que llega al extremo de dar pábulo a las constatables mentiras que emanan de La Moncloa a diario? ¿Por qué la indudable paja tendenciosa de la TVG es objeto de crítica y la viga manipuladora de TVE merece el aplauso y los votos de PSdeG y BNG?.
El mal de la política española, que hasta Tezanos reconoce que ha descendido a niveles de total descrédito, se fundamenta en buena medida en las continuas muestras de incoherencia que los partidos manifiestan una y otra vez, según les vaya en la fiesta. El ejemplo de TVG no es más que uno de ellos, en la medida que las formaciones que critican su evidente tendencia progubernamental aplauden, por el contrario, la ciénaga de mentiras, tergiversaciones y manifiestos engaños que se dan en la televisión pública estatal. Con una notoria diferencia, la TVG goza por lo menos de una más que respetable audiencia que TVE ha tirado por la borda con sus repetidas prácticas manipuladoras.
Y no, por el momento aún no se ha dado el caso de que un presentador de la televisión gallega haya saludado en antena a Alfonso Rueda como aquella inefable periodista (?) de TVE lo hizo con Sánchez: “Es que eres un icono, presi. Te queremos, ¡Guau!”. Es una considerable marca que desde San Marcos van a tener difícil emular.
El mal de la televisión pública gallega tiene la doble cara de las servidumbres subvencionadoras a amigos con la compra al peso de la pieza -los silencios acríticos-, como en cualquier plaza de abastos sin importar la especie en venta, por un lado y, por el otro y más importante, la ausencia de una política de comunicación de un verdadero medio de televisión pública, anclado como está el presente entre la chabacanería y las conveniencias propias de algunos conductores, entre algún magnífico ejemplo de programas -campo y arquitectura significadamente- y las tediosas tardes de aborregamiento que alcanzan su cenit -otras vez la mercaduría de a tanto la pieza- en las horas vespertinas de sábados y domingos donde confluyen todos los tópicos posibles de un país empeñado en dejar manifiesta muestra de una cultura muy mejorable en el repetido catálogo de obviedades y del no superado complejo de aquellos duros años del hambre… de hace un siglo. Y que, por atavismo unos y por conveniencia otros, se siguen alentando desde San Marcos como principal monotema de la televisión.
Y ésta, que debiera ser la justa y razonable crítica de las formaciones de la oposición si es que, como debieran, quisieran contribuir a diseñar una más conveniente política en favor del país, es denuncia que duerme el sueño de los justos para reducirse a la queja de poder disfrutar un poco más del foco personal que creen se merecen.
Pero, éche o que hai.
Alerta