26 noviembre, 2024
Es seguro que las noticias conocidas en los últimos días, singularmente tras la decisión de Aldama de cantar las verdades del barquero y de la UCO acusando al Fiscal General García Ortiz de “participación preeminente” en un supuesto delito de revelación de secretos, suponen una amenazante sombra tempestuosa sobre el 41º Congreso que el PSOE -que el nombre aún no se cambió por el más propio de sanchismo- celebrará los días 29 y 30 de este mes y 1 de diciembre, en Sevilla.
Cita que, asumían todos los politólogos, estaba destinada a la nueva y más drástica vuelta de tuerca que Pedro Sánchez se proponía para apuntalar más si cabe su hegemónica y dictatorial presencia en la formación política que preside, donde gobierna a su antojo sin una sola voz discordante que le enmiende la plana o le exija un mínimo de autocrítica.
La denuncia del “nexo corruptor” de la Trama Ábalos-Koldo de haber pagado un cohecho a su actual número tres, Santos Cerdán, el hombre que le acompañó por todas las agrupaciones españolas a raíz de su primera -y por el momento única- defenestración habida en su carrera supone el impacto de un torpedo no pequeño en la línea de flotación del proyecto sanchista. Y dada su conocida tendencia a cabalgar por encima de las cabezas más fieles cuando dejan de serle útiles -¿quién se acuerda de Iván Redondo?-, no se parará en barras a la hora de mandar al rincón de pensar a cuantos supongan un estorbo en su proyecto de perpetuarse en La Moncloa.
Es más, lo conocido ayer tras el error político de principiante del líder del socialismo en Madrid, Juan Lobato, queriendo curarse en salud con una declaración notarial en la que, a expensas de que se haga pública, no es difícil aventurar una más que probable implicación de Óscar López -destinado por Sánchez para sustituir al amortizado Lobato- en la filtración del documento en el que el novio de la presidenta Ayuso se autoinculpaba, amplía la carga del delito al complejo presidencial, sin descartar al propio inquilino. Información que vuelve a complicar las agitadas vísperas del Congreso a la hora de deshacerse de la pesada carga de servidores contaminados.
Pero al margen de estas piezas que saltaron de improviso, está la estrategia que el secretario general del socialismo hispano tenía pergeñada para la cita congresual, consistente en una amplia remodelación de liderazgos territoriales, donde los acreditados analistas aventuraban ya las piezas a cobrar -¿Cantabria, Madrid, Castilla-Leon, Andalucía, Aragón?-
¿Y Galicia? A nadie se oculta la sintonía que previa a las elecciones autonómicas Sánchez mantenía con el actual secretario general gallego López Besteiro, a quien le preparó un cómodo aterrizaje para la candidatura a San Caetano, luego de haberlo hecho Delegado del Gobierno y diputado en Madrid. Incluso durante la propia campaña, el presidente acudió a mítines hasta en ocho ocasiones y por aquí desfiló el Gobierno en pleno, con días de hasta dos y tres ministros pidiendo el voto. Pero al final, como decía el viejo zorro de la política Iglesias Corral, “pasou o que pasou”.
Y lo que queda es un partido convertido en tercera fuerza, donde siguen las más enconadas diferencias, donde no se ve una articulación clara ni, menos aún, la búsqueda de un terreno ideológico desde el que separarse del nacionalismo imperante en la izquierda a la hora de propiciar políticas constructivas. Y todo ello, sin embargo, con un poder municipal que gobierna sobre la mitad de los gallegos, singularmente en los más importantes núcleos de población, sin que esa potencialidad tenga traducción a nivel autonómico.
Por eso, y a efectos de esta Comunidad, será capital conocer los resultados de ese particular examen que Sánchez hará al socialismo gallego, de tan debida obediencia como para que no se escuche una sola voz crítica. ¿Bastará con el si bwana?
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