12 abril, 2025
Vino al mundo en 1968, un año que perdura por haber quedado impreso en los jóvenes de la época a sangre y fuego. Desde las manifestaciones en el turbulento París a la guerra del Vietnan y los estertores de la época que conmocionaron a la mayor potencia del mundo, la generación de los 68 y las revueltas aparejadas en medio mundo todavía colean en nuestro tiempo.
El joven Román estudió en Santiago, fue premio extraordinario de licenciatura, superó un máster en desarrollo local, ejerció como profesor en León y recibió el Premio de la Crítica en Investigación. Escaló paso a paso, con paciencia y firmeza, su salto desde la concejalía en el ayuntamiento de Lalín a diputado en el Parlamento de Galicia. En 2015 (pronto cumplirá una década) se estrenó de conselleiro en la Xunta. Primero como titular de Cultura, Educación y Ordenación Universitaria; ahora se ocupa de Educación y Ciencia.
Se enfrenta este año, quizá, a uno de los retos más grandes de su función pública; la de recuperar talentos perdidos, aquellos hombres y mujeres formados en nuestra tierra que se vieron forzados a abandonarla en busca de un futuro mejor; tal como en los viejos tiempos los antiguos emigrantes, solo que con otro nivel académico. La hoja de ruta de Román Rodríguez es recuperarlos para que creen aquí patentes y engrandezcan el país con sus investigaciones. Lo define como “completar la mayor apuesta por el talento hecha nunca en Galicia”.
Un experto declaró que son “los 1.300 millones mejor empleados que nunca”. Ya son 14.000 los investigadores que desarrollan su trabajo aquí y según el INE somos la comunidad que lidera la inversión en esta área. Suena bien. Buenas noticias. Abandonamos el vagón de cola.
Román Rodríguez es, rara avis, un tipo normal. Casado con María Begoña Mosteiro son padres de dos hijos: Román (claro) y Xosé Manuel. Ayer disfrutaba sonriente en la Feria del Vino de Amandi, oro líquido que emana de las entrañas de la Ribeira Sacra, es buena persona, y pasa sin transición de una aldea entrañable en el interior de Galicia a gestionar el regreso de quienes abandonaron el terruño porque aquí habían perdido la esperanza.
Personas así son las que necesita la buena política, con mayúsculas. No la otra cargada de veneno, bulos, confrontación y el “tú más”. Es la que emponzoña y tanto daño hace a la convivencia, la que envía, en fin, a casi todos al infierno de la polarización y el odio entre iguales.
Alerta