10 diciembre, 2024
A medida que se va estrechando el cerco judicial y de desafección ciudadana contra la figura de Pedro Sánchez -como bien reflejan las últimas encuestas conocidas estos días-, en idéntica escalada de desconcierto asistimos a decisiones del inquilino de la Moncloa que, por decirlo de forma suave, atentan contra el más elemental sentido común y por ello mismo resultan incomprensibles para cualquier ciudadano de a pie.
Así, como ayer se aludía aquí, el desprecio que para el conjunto de españoles supuso que ninguna autoridad estuviera presente en la reapertura de la iglesia de Notre Dame, con el inmenso simbolismo que, antes y ahora, el templo tuvo no solo en la configuración cultural de Europa, sino también como escenario de acontecimientos de indudable trascendencia histórica -desde la coronación de Napoleón o de Enrique VI de Inglaterra a la celebración de las victorias militares de la nación francesa y que Víctor Hugo convirtió en protagonista central de una de sus novelas-. Ausencia de autoridades por la negativa del Gobierno a que acudieran los Reyes y que, como se apuntaba, no era descabellado pensar que, dada la personalidad narcisista de quien preside el Consejo de ministros, obedeciera a exclusivas razones personales de revancha por verse marginado en tan magno acontecimiento que congregó a medio centenar de jefes de Estado o de Gobierno. No se olvide que las invitaciones -a los Reyes y al ministro de Cultura- eran intransferibles.
Ayer y obedeciendo a muy distinta causa, aunque también en circunscrita achacable a la personalidad del presidente, pudo comprobarse cómo rehusó asistir al funeral que el arzobispado de Valencia programó en recuerdo de los dos largos centenares de víctimas de la Dana que asoló la comunidad a finales del mes de octubre. Es más, como se publicó en distintos medios, el Gobierno no había previsto la asistencia de ninguno de sus miembros y sólo la polvareda levantada por tal desprecio hizo que a última hora se corrigiera la decisión con la presencia de la vicepresidenta primera y dos ministros.
Pero, como se señalaba, también aquí cabe una interpretación desde la vertiente personalista de quien tiene la facultad de decidirlo, Pedro Sánchez. Y no es descabellado pensar que detrás de esa ausencia se encuentre una situación de amedrentamiento o cobardía por ser consciente de que su presencia, al contrario de lo que volvió a pasar ayer con los Reyes aclamados por los familiares de las víctimas, iba a ser recibida con la lógica indignación de quienes ven en su comportamiento, en los días de la Dana, un torticero intento de hacer política con lo sucedido.
Eso sí, y marcando preferencias, el presidente sí estará hoy, como anuncian los periódicos, en la celebración del Día de recuerdo y homenaje a todas las víctimas del golpe militar, la Guerra y la dictadura, fecha instituida por su Gobierno hace tres años y fijada para el día 31 de octubre -justo el día que, en este año, Sánchez fue objeto de las protestas de los afectados por la DANA y a los que, como hizo con el Rey por no secundarle, va a ser difícil que les perdone. La agenda del presidente en la tarde de ayer se limitaba a un encuentro, a las 16.00 horas, con un magnate de coches eléctricos y, una hora después, con el presidente del Comité Paralímpico Internacional. En todo caso, tiempo suficiente para poder haber asistido a la ceremonia religiosa usando el Falcon de sus indisimuladas querencias.
Pero en la escala del presidente existen prioridades, preferencias, empatías. Todo sea en favor de lo que Joaquín Leguina llamó con acierto “antifranquismo retroactivo”. O, por decirlo en palabras de un Jorge Semprún -expulsado en su día del Partido Comunista por Santiago Carrillo y ministro de Cultura en el Gobierno de Felipe González- a la hora de definir a la izquierda de este país, su innata tendencia a “proclamar de manera voluntarista y dogmática la ruptura social, el salto adelante. O, mejor dicho, en el vacío”.
Justo el único sitio desde donde no se vuelve.
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