30 enero, 2025
Hace unos días en la Casa Blanca a preguntas de un periodista sobre el bajo gasto en defensa de algunos países de la OTAN, Trump singularizó a España diciendo que su gasto es “muy bajo”.
La seguridad es esencial para proteger la paz y la convivencia, y posibilitar el desarrollo personal y colectivo. La protección frente a las amenazas preserva vidas, garantiza a instituciones y empresas operar con normalidad y a los ciudadanos ejercer sus derechos con libertad.
Durante las siete últimas décadas, los europeos hemos disfrutado del período de paz, prosperidad y libertad más amplio de la historia. Sin embargo, el mundo en el que vivimos no es el de la paz perpetua como soñaba Kant. Más bien se parece a la locución latina homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre. Quizás acertaba De Gaulle cuando decía que la paz no es la condición natural entre los Estados, sino que “el mundo está lleno de fuerzas opuestas y la vida internacional, lo mismo que la vida en general, es una lucha permanente”. Es una visión bastante pesimista, pero francamente realista.
La inversión en Defensa es el “dividendo” o precio que los países deben pagar por la paz y la seguridad. Y es de justicia decir que hasta ahora han sido los EEUU los que han asumido nuestra factura. Algo que los últimos presidentes americanos, republicanos o demócratas, han señalado que no quieren ni pueden seguir haciendo.
El gasto de Europa en armamento está muy por debajo del de sus potenciales agresores. En España, los expertos coinciden en que no tenemos la proyección armada que correspondería a la cuarta economía de la eurozona. En los últimos años hemos aumentado el gasto en Defensa un 75%, hasta rozar los 20.000 millones de euros. Aun así, somos el país de la OTAN con menor presupuesto militar, y para alcanzar la media de nuestros socios habría que duplicarlo y triplicarlo para llegar al de EEUU. Como otros, llevamos décadas posponiendo ese gasto bajo el paraguas protector estadounidense.
El objetivo fijado en el seno de la OTAN de elevar el gasto militar al 2% del PIB, no es que vaya a estar obsoleto en 2029 sino que ya lo empieza a estar en 2025. El próximo, una vez rebajadas las exigencias iniciales de Trump del 5%, estará al menos en el 3% y sólo para alcanzar esa cifra España tendría que invertir el equivalente al gasto de pensiones de noviembre, cuando tuvo que abonar la paga mensual y la extra de Navidad.
Esta cifra se antoja imposible teniendo en cuenta nuestro gasto público en sanidad, pensiones o financiación autonómica; políticas que ningún partido cuestiona. Sin una reflexión colectiva sobre la “cultura de defensa”, asumir ese coste no será sencillo, porque la sociedad no está dispuesta a hacer sacrificios, ya sea pagando más impuestos o aceptando recortes en el Estado de Bienestar.
Los prejuicios, las resistencias históricas y las convicciones son difíciles de gestionar. Por ello, es preciso construir consensos, no solo con los ciudadanos, sino también con los que toman las decisiones. De lo contrario, los presupuestos y las inversiones terminarán decayendo, con las implicaciones negativas que ello supone.
Hay que dejar de lado el buenismo infantil y la falsa sensación de seguridad, que no es real. Ver a España como un país neutral es de lo más ingenuo que se puede pensar. La política de defensa será uno de los debates que marcará la agenda de los años próximos.
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