Imagen de archivo de la actriz Karla Sofía Gascón durante una rueda de prensa de la película Emilia Pérez. EFE/ Sáshenka Gutiérrez
15 febrero, 2025
El 10 de enero de 2017 el corresponsal en Londres del diario ABC, Luis Ventoso, informaba a sus lectores de que el sindicato de estudiantes de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de la prestigiosa Universidad de Londres “exige que se retire del currículo a los filósofos blancos -eminencias que han sido puntales de la civilización occidental, como Platón, Kant o Descartes-, y que se enseñe en su lugar a pensadores de África y Asia”.
Como lo de la estupidez humana va por barrios, más recientemente y en la que se sigue llamando la universidad más antigua de Francia, la mítica La Sorbona, indocumentados antirracistas forzaron violentamente la cancelación de las representaciones de la tragedia de Esquilo, Las Suplicantes, por el uso de máscaras de los personajes, siguiendo la más pura tradición del teatro clásico griego, ya que “eran negruzcas algunas de las que ocultaban rostros de mujeres egipcias”. La protesta fue protagonizada en este caso por la autodenominada Liga de Defensa Afroamericana y del Consejo de Representantes de asociaciones negras.
Con estos precedentes de a donde puede llegar la estulticia humana, incluso en los más selectos foros académicos cuando no es domesticada por un poco de cultura, no extraña que la sin duda ejemplarísima casta del mundo del cine norteamericano de Hollywood haya censurado la presencia, en hasta tres festivales en los que estaba nominada como mejor actriz, de la española Karla Sofía Gascón, por su inconmensurable papel de protagonista en la película “Emilia Pérez”.
Una actuación artística elogiada unánimemente pero que resultó anatemizada, incluso por el propio director del film, el francés Jacques Audiard, tan pronto se tuvo conocimiento de un par de tuits de su protagonista, dicen que de tinte xenófobo, en los que criticaba el modo de vestir de las mujeres musulmanas, además de otras consideraciones de tinte político y que la actriz había compartido a través de su cuenta en redes hace ya algunos años.
Olvidó, sin duda, Karla que según sea el tono de los improperios vertidos -que realmente lo eran y que por ello mismo generan el desacuerdo con lo dicho- en esa misma vertiente pueden pasar desapercibidos -ahí está el diputado de Podemos de Murcia Víctor Egío manifestando en sede parlamentaria este jueves su deseo de aprobar el tiro al pichón contra los diputados de Vox; o el alcalde de Soria, el socialista Carlos Martínez, subido en un remedo de papa móvil encima del techo de un automóvil repartiendo bendiciones con una escobilla de váter y paseándose por toda la ciudad, por no citar la estampita de La Vaquilla y el Sagrado Corazón con que la presentadora Lalachús de TVE felicitó el año nuevo a los españoles-. Son casos y casos, la cara y la cruz de una misma moneda según el lenguaje de lo políticamente correcto. Unos, los últimos, entran dentro del derecho a la libertad de expresión mientras que los desafortunados de la ahora aborrecida actriz llevan camino de acabar con su prometedora carrera, apenas iniciada. Así lo mandan los nuevos chamanes.
Incluso la casta cinematográfica española, congregada en torno al habitual ritual izquierdoso de los Goya, se mostró “compasiva” y “perdonavidas” con la compañera actriz, en una suerte de paternalismo tanto o más perverso que la animosidad hollywodiense en tanto se la considera como oveja descarriada, lo que es lo mismo que privarle de su derecho a expresar lo que desee, aunque no nos guste.
Pero más allá de la nueva muestra del circo en que lo políticamente correcto ha llegado a convertir la convivencia social, lo que está detrás de esa crucifixión a la actriz es la convicción de los nuevos inquisidores de que detrás de su personal ideología -como se viene repitiendo en los Goya- subyace el convencimiento de que los espectadores comulgan con sus mismas ideas o, peor aún, es conveniente adoctrinarles para conducirles por el buen camino del pensamiento único. Fuera de ahí, la fachosfera.
En suma, no importa lo que hagas, sino lo que digas; lo que sin duda es una de las más eficaces formas de cargarse de un plumazo el séptimo arte… y cuanto de cultura artística ha llegado a nuestros días -desde la nada ejemplar construcción de las pirámides egipcias a la no menos cuestionable actividad desplegada en el Coliseo de Roma, desde la Capilla Sixtina al propio Guernica, sin que sea preciso entrar en detalles que son de dominio público-.
Los Goya de este año ofrecieron, sin embargo una, muy al final -¿fuera del guión previsto?-, muestra de dignidad como nunca antes se había visto en las palabras de la productora de la galardonada película La Infiltrada, María Luisa Gutiérrez, para recordar que “la democracia se basa en la libertad de expresión, y esta se sustenta en que, aunque yo esté en las antípodas de lo que piensas tú, te respete y tengas el derecho a decir lo que piensas».
¡Qué lamentable resulta comprobar que todavía es preciso repetir esta verdad del barquero!
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