9 enero, 2025
Desde Galicia, y más concretamente desde esta Compostela que supo dejar memoria de su nombre apostólico hasta en dos millares de ciudades y espacios geográficos del continente americano, donde otros muchos nombres de nuestra más ancestral toponimia recuerdan aquellos primeros años de la mal llamada conquista que hermanó en una misma y sólida comunión de derechos y deberes a los ciudadanos de ambas orillas del Atlántico, cuanto acontece en esa otra parte tan próxima que damos en llamar Iberoamérica es imposible que nos resulte ajeno. Sobre todo, cuando atañe a los derechos y libertades de sus gentes, a sus propias vidas y desarrollo, sometidas con tanta frecuencia bajo la insoportable bota de las dictaduras que se repiten por doquier.
Por eso hoy, con la anunciada convocatoria a los convecinos a tomar las calles de las principales ciudades y villas venezolanas de forma pacífica, y, sobre todo, mañana, con la esperanza del triunfo definitivo en la toma de posesión del verdadero vencedor de las urnas, Edmundo González Urrutia, al frente del país que Cristóbal Colón llamó Tierra de Gracia, los ojos y el sentimiento de Galicia, como los de buena parte del mundo, se centran en esa Venezuela que afronta sus horas más trascendentales en la que quizá pueda ser la última de las oportunidades para retornar al concierto de las naciones libres y democráticas de donde nunca debió de dejarse ir.
Lo merecen los descendientes de aquellas nobles gentes que durante tantos años dieron sincero y afectuoso cobijo a la parte más desamparada de hombres y mujeres de esta esquina del Noroeste europeo nuestro. Pero lo merecen, con igual o más legitimidad, los millares de venezolanos que en no siempre bien correspondida hospitalidad hemos acogido entre nosotros, como unos más, escapando de la dictadura y la represión, de la miseria y la usurpación de sus bienes, de la negación de sus libertades y de los más elementales derechos humanos. Es un deber de merecida enmienda por esa ambigüedad de lesa traición en que se movieron las autoridades españolas a la hora de negar el reconocimiento de la victoria al justo vendedor. Y aún, acaso la única forma de recobrar la dignidad de este país que con tanto fervor como corrupción se dedicó, desde sus más significadas autoridades políticas, a entablar negocios de conveniencia con los autócratas de aquel país. Más que eso, prestamos nuestra embajada para el más vil de lo chantajes a quien el pueblo había votado en las urnas y aún urdimos, desde la militancia socialista en el parlamento de Estrasburgo, para que la Unión Europea no reconociera el justo triunfo de Urrutia. Demasiados pecados para hacérnoslos perdonar en un solo día.
Por eso no está de más pedir que hoy, en sincera muestra de empatía y solidaridad, sumemos nuestra protesta a la de tantos venezolanos expatriados que lo harán desde nuestras mismas ciudades en la esperanza de que su voz dará ánimos a cuantos, océano por medio, reclamarán allí la dignidad de mostrarse como seres humanos libres.
Porque la de hoy, en Venezuela y en el resto del mundo, debiera ser la más evidente manifestación de que el pueblo ha puesto pie en pared y que no contempla otra ruta que no sea la surgida de las urnas del pasado 28 de julio. Lo demanda la actitud firme de los líderes de la oposición -singularmente González Urrutia y María Corina Machado– que se acercarán hoy y mañana a la capital del país, a riesgo de padecer cárcel, el destierro y hasta la propia muerte.
Estas son las razones derivadas del afecto, del sentimiento de hermanamiento y aún del exigible derecho a que todo ser humano viva en libertad.
Pero las hay también de conveniencia política como integrantes de un Occidente liberal y una civilización que se ven rodeadas de peligros ciertos como son, en América Latina, la amenaza de entrada de las políticas desestabilizadoras y contrarias a la democracia en las que están empeñados países como China, Rusia o Irán y pudo evidenciarse en las repetidas visitas o encuentros de sus mandatarios con buena parte de los representantes de esa Alianza Bolivariana de sátrapas, narcotraficantes y opresores, multiplicados en los últimos meses. Un peligro real y próximo que amenaza extenderse como mancha de aceite por todo el continente, con su grave afectación al resto del mundo.
Hay, en los vencedores en las urnas, el esperanzado convencimiento de que las fuerzas del orden, la milicia venezolana en los segundos niveles, ciudadanos al fin y al cabo con los mismos agravios y falta de libertades, se sume a los nuevos y ansiados aires de la democracia. Se conocen los primeros y positivos pasos, pero la duda es conocer cuántos de ellos estarán dispuestos a mantenerse hasta las últimas consecuencias.
Pero ¡qué bueno sería que, como en el Portugal contra Marcelo Caetano, otro 25 de abril fuera posible!. Con claveles, en vez de tiros.
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