30 diciembre, 2024
En el tradicional balance analítico de los principales hechos -y sus consecuencias- del año que concluye, no hay medio de comunicación que, por lo que hace a España, no sitúe entre los primeros puestos de relevancia de 2024 la Dana valenciana y sus secuelas, que habrán de prolongarse en el imaginario popular aún muchos meses más. Acaso los mismos que perviva la enfangada práctica del Gobierno de la Nación de exculpar sus propias responsabilidades cargándolas -por lo civil o lo criminal- en negligencias del Gobierno autonómico que en absoluto empañan o disimulan aquéllas, más relevantes y de mayor envergadura resolutiva, que eran responsabilidad del Ejecutivo nacional.
También en el año que concluye y aunque con una apariencia más ensombrecida, de sordina, sin la alharaca de los medios de comunicación adscritos al grupo de opinión sicronizada, es de resaltar la lluvia fina de descrédito y desdoro institucional auspiciado desde La Moncloa para con la Casa Real y cuanto representa en el orden constitucional que nos es propio.
Desde las provocadoras ausencias de los ministros de jornada en las visitas oficiales de los Reyes incumpliendo el Artículo 64 de la Carta Magna -con su punto más destacado en el bochornoso espectáculo con ocasión de la reinauguración de Nortre Dame, ausencia que la Zarzuela aceptó asumir como error propio -y que no era sino la cruenta revancha de diplomáticos de tono menor, como el ministro de Exteriores, Albares, a la hora de cobrarse viejas rencillas por celos con el jefe de la Casa Real, Camilo Villarino– al no menos vergonzoso aún de una ministra de Defensa, Margarita Robles, sumándose al último día de una visita a los países bálticos, luego de que el consciente desprecio gubernamental comenzara a trascender a la opinión pública con el correspondiente escándalo.
En similares parámetros de consciente utilización en beneficio propio y ridículo para la Casa Real hay que situar los cinco días de reflexión que Pedro Sánchez se dio para amagar un abandono de sus responsabilidades políticas a causa de los líos judiciales de su esposa Begoña Gómez, rematados con una torticera visita al Rey para decirle que no había pasado nada. Mucho burro para tan pocas alforjas.
Ha sido, sin embargo, la aludida Dana la que ha propiciado el mayor desencuentro entre Moncloa y Zarzuela. Todo, por la responsabilidad del Monarca de no rehuir de sus responsabilidades y estar cerca de quien lo necesitaba y la cobardía de quien le acompañó a regañadientes para no dejarle todo el plano mediático y se retiró tan pronto vio el alcance del disgusto ciudadano por su exclusiva dejadez a la hora de afrontar la tragedia. Ya hemos comentado en esta misma sección el bronco y alterado “no te lo perdono” con que el primer ministro se despachó, a voz en grito, contra el jefe del Estado y que obligó a mediar a la Reina para poner un poco de sensatez.
Ahora, hace un par de días, y con idéntica actitud de sibilino marcaje a Felipe VI, el presidente del Gobierno acaba de hacerle una invitación envenenada para que sea el Monarca el que presida el primero de los actos que el Gobierno organiza para conmemorar -la convocatoria de hasta un centenar de actos de celebración tiene evidentes connotaciones freudianas de no reconocida envidia autocrática- los cincuenta años de la muerte de Franco. Que, para darle el carácter reivindicativo que se propone de superación de una dictadura, tiene gracias que sea celebrar una muerte por flebitis y en la cama. Más aún, que sea el PSOE, tan ausente en los duros años del franquismo, el que alce la bandera de la lucha antifraquista sonaría a auténtico ridículo si no fuera porque es uno más de los muchos precios que le quedan por pagar a un presidente que asienta su poder -cada día más tambaleante y, por ello mismo, de mayores claudicaciones- en el apoyo de todos los partidos que justamente desprecian la Transición y la Constitución, las únicas dignas de celebrarse como enterramiento del viejo Régimen.
Es, sin duda, una provocadora puesta a prueba de la Monarquía con la encubierta trampa, caso de no aceptar, de vincular al Rey con la pretendida fachosfera en alimento mediático más duradero que la recuperación de la Dana. Que para eso se reparte la publicidad institucional entre los tan bien apesebrados medios de la opinión sincronizada.
Pero, como sucediera en Paiporta o en el más reciente discurso navideño, no parece fácil que Felipe VI se arredre ante este nuevo regalo envenenado. Se basta y se sobra para acudir y decir alto y claro, ante la resentida y sumisa clac con que Sánchez llenará el acto, el papel prominente que la Monarquía tuvo en la recuperación de las libertades y del marco constitucional que ha regido la convivencia española en su período más largo.
Lo que definió con tanto acierto “de la ley a la ley y a través de la ley”. Y Sánchez sin enterarse.
Alerta