14 febrero, 2025
Hace ya unas cuantas décadas que los hechos, por repetidos, vienen demostrando que en los Estados Unidos de América del Norte -como en la España democrática de 2004 o, más recientemente, de 2018- cualquiera puede llegar a dirigir el rumbo del país, a ser presidente de la nación; que se ve que lo de una mínima exigencia, un imprescindible nivel de sensatez, capacidad, inteligencia o intuición no son exigibles para dicho cometido. En ambos casos.
Se entiende así que un simple bachiller en Economía y negocios inmobiliarios, accionista principal de concursos de belleza Miss Usa y Miss Universo, partícipe de un reality show televisivo hasta devenir, por segunda vez, en presidente USA, Donald Trump, además de ocasional escritor -al alimón con el correspondiente negro- de títulos tan sugerentes como Por qué queremos que tú seas rico o el más expresivo Piensa en grande y patea traseros en los negocios y en la vida acabara, efectivamente, por pegar el puntapié más grotesco, irreflexivo, demagógico y trascendente en los respectivos traseros del Orden Internacional, en el tan conveniente atlantismo a través de La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a las relaciones de buena vecindad con Europa y la vigencia de la cultura occidental y sus seculares valores, y, por fin y por supuesto, en las posaderas del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, así como de todos los ucranianos, singularmente en los más de cien mil que dieron su vida por defender el territorio que les es propio y parte del cual Trump parece dispuesto a entregar, gratis et amore, a quien algunas de esas organizaciones ahora zapateadas declararon recientemente criminal de guerra y, por ello mismo, susceptible de ser juzgado por el Tribunal de Derechos Humanos.
El pretendido acuerdo del presidente americano con su homónimo ruso, Vladímir Vladímirovich Putin, entierra de un plumazo, como se señala, todo el orden internacional asentado en unas elementales leyes de respeto e independencia de las naciones, ratifica la insignificancia real a que ha llegado la ONU en su burocratizado funcionamiento y establece, de consumarse, un nuevo orden mundial de retorno al bárbaro principio de la ley del más fuerte, legitimando el triunfo del invasor.
No era esperable, tras lo conocido en el primer mandato del líder americano, que debajo de su desordenada cabellera existieran un mínimo de neuronas más allá de las propias de la ambición personal de la riqueza o los negocios. Que se ve que lo es cultura en su sentido más amplio, pasó a su vera sin detenerse. Pero tampoco que esa barbarie que parece dominar una personalidad incontrolada llegara a los extremos que el anunciado acuerdo revela, donde se entregan al opositor todas las bazas que se supone que reclamará en la negociación, antes incluso de comenzar ésta.
En todo caso, a la descabellada decisión del atrabiliario mandatario Usa -que habrá que impedir en su animosa locura de confundir gigantes con molinos-, hay que agradecerle esa suerte de intempestivo despertar que su decisión provoca en todo el continente europeo, demasiado acostumbrado a dormirse en los acogedores brazos del gran hermano americano como seguro protector de nuestra acomodaticia vida, hasta el punto de hacernos olvidar nuestras propias responsabilidades. Tanto en todo lo concerniente a Defensa como las no menos relevantes de una economía demasiado supeditada al concierto internacional, a la globalización, y que tanto daño nos causó en la pandemia. Incluso al abordaje de las tecnologías de futuro, como esa singular desidia en la experimentación de la Inteligencia artificial, cuyo desarrollo dejamos en manos foráneas limitándonos apenas, eso sí, en regular sus aspectos morales. Que lo de la cultura clásica sí es lección que tenemos bien aprendida.
Incluso ahora mismo se programa por los grandes mandatarios mundiales una nueva ruta de la seda que abandonará el viejo continente para discurrir por las inmediateces de un continente africano llamado a futuras relevancias económicas en el concierto mundial. Y Europa, esperando que llueva café.
De modo que una vez superemos el inesperado escalofrío por el jarro de agua del abandono del amigo americano que, al menos durante los próximos cuatro años, ni está ni es posible esperarlo para ayudarnos a sacar las castañas del fuego, Europa debe iniciar ya un rearme político, económico, industrial y, sobre todo, de autodefensa y de apuesta por las nuevas tecnologías que sólo será viable en la medida en que suponga una efectiva autodefensa ante los ataques que vendrán -están viniendo ya- de todos lados. Lo que nos obligará a salirnos de nuestra mal entendida esfera del confort para ddicar todos los esfuerzos a una suerte de regeneración, ¿un nuevo Maastricht?, que ahora mismo se antoja tan difícil.
Europa, lo dijo Juan Pablo II en Compostela, necesita encontrarse, ser ella misma. Y hace tiempo que, en esa búsqueda demorada, perdió el Norte y la brújula que lo señala.
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